La colección ‘Grandes mapas de la historia’ incluye el ejemplar «Vistas de ciudades», escrito por Bernardo Ríos y Gonzalo Prieto, del equipo de Geografía Infinita. Concretamente, es el volumen número 43 de una colección que aborda desde muy diferentes perspectivas la historia de la cartografía. Puedes adquirir tu ejemplar en esta web.
En este número de la colección se hace un repaso desde la corografía renacentista y el inicio de las primeras vistas de ciudades hasta su eclosión, con los atlas de ciudades. A continuación ofrecemos un resumen del contenido que aborda este ejemplar.
Un resumen del libro en formato podcast
La diferenciación entre corografía y geografía
La obra arranca con la diferenciación entre corografía y geografía. Ya en el Renacimiento se recupera la concepción dualista que había ideado el geógrafo Claudio Ptolomeo, con la geografía y la corografía como dos campos diferentes.
El objetivo de la corografía sería la descripción de regiones o lugares concretos, como un pueblo o una villa. Fue una disciplina que supo reunir la geografía, el arte, la historia e incluso la filología.
Una diferencia fundamental entre la geografía y la corografía es que la primera atiende a la cantidad, es decir, a la precisión matemática de lo plasmado en el mapa, mientras que la corografía está más interesada en la calidad de lo dibujado, o sea, que atiende a un hecho concreto.
Así, tenemos que durante el Renacimiento existía una geografía, matemática, y una corografía, descriptiva, englobadas en el arte de dibujar mapas, la cosmografía.
La representación de la ciudad en el Renacimiento
Durante los siglos XV y XVI se desarrollaron diferentes técnicas para representar vistas urbanas al natural o ad vivum. Así, en el Renacimiento, todos los avances científicos en el dibujo se aplicarán al conocimiento de la ciudad y su representación, lo que permitió sin duda mejorar los métodos de cartógrafos y corógrafos.
Según las técnicas empleadas, podemos distinguir, a grandes rasgos, tres tipos de corografías: la vista de perfil, la vista de pájaro y la vista en perspectiva o iconográfica.
La ciudad renacentista necesitaba mapas que mostraran la ciudad tal y como era. Las calles se hacían anchas, los barrios se construían en retícula y las plazas eran su eje. Los grandes arquitectos de las ciudades, pues, necesitaban dibujos para planificar sus proyectos urbanísticos y arquitectónicos.
Esta pasión por la arquitectura llevó a que, con el tiempo, los más pudientes decoraran sus casas con frescos de ciudades. Esta costumbre también tenía un toque vanidoso: plasmaban aquello sobre lo que gobernaban o influían, decoraban su hogar con su propio poder.
Después, por imitación, más personas con poder adquisitivo suficiente comenzaron a unirse a esta tendencia de la decoración con frescos urbanos. Podemos encontrar ejemplos a finales del siglo XV y durante todo el siglo XVI en Mantua, Roma o Florencia.
También llegó a España esta predilección, como en el palacio de El Viso del Marqués de Santa Cruz, Álvaro de Bazán, que mandó decorar los corredores con vistas de ciudades. El marino español había pasado algunas temporadas en Italia, de donde trajo a artistas que pudieron realizar la decoración de su palacio al estilo italiano.
Fuera de los palacios, las primeras representaciones de ciudades fueron a través de la llamada vista al natural. Desde finales del siglo XV hasta mediados del siglo XVI podemos encontrarlas en grandes compilaciones. como Supplementum chronicarum de Jacopo Foresti, la Crónica de Núremberg de Hartman Schedel y la Cosmographia Universalis de Sebastian Munster.
La eclosión de las vistas de ciudades en el siglo XVI
El número y variedad de vistas urbanas creció de manera exponencial durante la primera mitad del siglo XVI al calor de la demanda de panorámicas de variados tipos. Un cambio muy notable supuso la extensión en la segunda mitad del siglo XVI de los atlas urbanos, compendios que lograron, en cierta medida, democratizar las vistas de las ciudades.
Los atlas urbanos más ambiciosos asumían el reto no sólo de mostrar el aspecto de ciudades europeas, sino también de África, Asia y el Nuevo Mundo. Era el caso del Civitates Orbis Terrarum, todo un compendio de vistas de ciudades.
Se trataba de un atlas de seis volúmenes que vio la luz entre 1572 y 1618. Editado por el clérigo establecido en Colonia Georges Braun, se constituye como el mayor y más completo compendio sistemático de vistas de ciudades realizado hasta la época.
“Qué podría ser más agradable que la lectura de estos libros y la observación de la forma de la Tierra desde la comodidad del propio hogar, ajeno a todo peligro, adornados con el esplendor de ciudades y fortalezas”, se afirmaba en el prefacio a su libro tercero.
La literatura de viajes empezaba a adquirir un papel cada vez más destacado para un público que, alentado por esos descubrimientos y las exploraciones europeas de la época, buscaba de alguna manera conocer otros lugares sin abandonar su hogar.
Es lo que podríamos considerar el perfecto “atlas del explorador de salón” de la época, en el que junto a las vistas podía leerse un detallado relato de la historia de la ciudad, así como información sobre su importancia comercial o las características de ese área urbana en cuestión.
Las vistas de la España de Felipe II: Hoefnagel y Wyngaerde
En el conocido como Siglo de Oro español, el periodo de auge de las letras hispanas, que arranca con el descubrimiento de América (1492) y se alargaría hasta el final del siglo XVII, hubo un interés notable por conocer otros países y culturas. Al calor de este interés tendrían gran aceptación en España las vistas urbanas, con autores como los pintores flamencos Joris Hoefnagel y Anton van den Wyngaerde.
Ambos pintores recorrieron entre finales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII buena parte de la península ibérica para retratar las ciudades hispánicas en unas representaciones urbanas que ponen de manifiesto el progresivo papel de las ciudades como focos de poder y crecientes polos económicos.
Las vistas de España de Joris Hoefnagel
Las vistas de España realizadas por Joris Hoefnagel (1542-1600) serían posteriormente utilizadas para el gran atlas de ciudades de la época, el Civitates Orbis Terrarum, del que se publicaron seis tomos entre 1572 y 1617, y que contaba con más de medio millar de vistas urbanas de todo el mundo. Concretamente, el Civitates incluía un total de 29 láminas con 43 vistas de ciudades españolas, muchas de las cuales fueron obra de Hoefnagel, quien viajó por España realizándolas desde 1563 a 1567.
Nacido en Amberes, Hoefnagel provenía de una acaudalada familia de cortadores de diamantes, lo que le permitió viajar por Gran Bretaña, Francia o España. Combinaba el interés por la pintura con la atracción por la naturaleza y el paisaje. Sin duda, un espíritu representativo de la curiosidad de la época y en el que convergían la predilección por la poesía, la música y los idiomas. En el campo del arte era un brillante dibujante, pintaba al óleo y realizaba ilustraciones y mapas.
Hoefnagel solía alejarse de las ciudades para plasmar también su territorio y otorgar así un protagonismo relevante en sus dibujos a las montañas, ríos o cultivos. Combinaba puntos de vista reales e imaginarios y creía que las poblaciones debían dibujarse mostrando los caminos, calles, edificios y espacios abiertos. Las vistas se retocaban cediendo parte de su exactitud para ganar facilidad de comprensión.
Las vistas de van den Wyngaerde
Es posible que, durante su periplo por España, Hoefnagel coincidiera con Anton Van den Wyngaerde (ca. 1512/1525-1571), que estaba haciendo un encargo similar para Felipe II. De hecho, las vistas de van den Wyngaerde pudieron ser fuente de algunas de las de Hoefnagel, más espectaculares y escenográficas, pero menos meticulosas.
Wyengaerde acudió a España ante la llamada de Felipe II, quien le encargaría la elaboración de una serie de dibujos panorámicos de las principales ciudades españolas. En total realizó 62 vistas de pueblos y ciudades, todas ellas firmadas entre 1563 y 1570.
Es tan solo una muestra más de los intentos del rey por recopilar los datos necesarios para enseñar la grandeza de su reino, a la vez que dar a conocer los recursos con que contaba la monarquía y obtener una imagen de sus territorios lo más cercana a la realidad.
Sin duda, la colección de van den Wyngaerde constituye la colección de vistas españolas más fiables y precisas del siglo XVI. En su caso, las amplias perspectivas se resolvieron con mucha habilidad, con un rigor y una precisión casi notarial en los datos gráficos que respondía a un claro interés por la verosimilitud.
Las vistas de ciudades en los siglos XVI y XVII
Entre los siglos XVII y XVIII las vistas de ciudades van perdiendo predicamento en Europa. Con todo, en el siglo XVII sigue habiendo ejemplos de gran calidad, que profundizan en las técnicas desarrolladas desde el Renacimiento. Es el caso de los grabados de ciudades españolas de Louis Meunier o las originales vistas aéreas de Texeira (1634) sobre ciudades portuarias de la península ibérica.
En el siglo XVIII la cartografía alcanzaría cierta precisión matemática en los Países Bajos y también en Francia durante el reinado de Luis XIV, bajo los auspicios de la Academia de las Ciencias.
A finales del siglo XVIII las vistas urbanas dan un nuevo giro, esta vez de la mano del pintor irlandés afincado en Escocia Robert Barker. Con su vista de Edimburgo de 1787 inaugura lo que se daría en llamar «los panoramas».
Se trataba de una vista panorámica de la capital escocesa realizada en una proyección cilíndrica con la que consiguió una novedosa visión de 365 grados desde la colina de Calton Hill.
La imagen se colocaba en las paredes de una sala circular, de manera que contemplado desde el centro de la sala, el panorama daba al espectador la ilusión de la realidad, todo un precedente de la realidad virtual inmersiva.
Las vistas de ciudades de Estados Unidos en el XIX
Estados Unidos vivió en el siglo XIX un renacimiento de las vistas de ciudades por la necesidad de ir dando forma a la emergente superpotencia. Así, la técnica que había sido utilizada en los siglos precedentes en Europa fue redescubierta con el objetivo de retratar las grandes ciudades y las capitales de la emergente Norteamérica.
Estas vistas buscaban satisfacer una vigorosa demanda de pósteres domésticos que servían como material promocional para agentes inmobiliarios y cámaras de comercio.
En Estados Unidos y Canadá las vistas urbanas fueron producidas en masa. Desde 1825 aproximadamente 5000 vistas fueron dibujadas e impresas por una docena de casas comerciales, lo que convirtió a este género en el más popular de entre todas las litografías producidas en este país en el siglo XIX.
Las vistas de ciudades españolas en el XIX
El ejemplar de «Vistas de ciudades» de la colección ‘Grandes Mapas de la historia’ también aborda las vistas de España del siglo XIX, cuando España se situaba como el “último refugio del pintoresquismo en Europa”.
Las rutas literarias habían fijado los principales hitos urbanos del grand tour por Levante, Andalucía y Castilla, mientras pintores e ilustradores completaban ese imaginario pintoresco con las vistas panorámicas de las ciudades que atravesaban.
Las visiones de España del Romanticismo, con autores como Gustave Doré, van dejando paso a un realismo en el que se enmarcan las vistas aéreas de Alfred Guesdon. La colección cuenta con 24 litografías de vistas de España a vuelo de pájaro, entre las que se incluyen Barcelona, Alicante, Valencia, Granada, Sevilla o Madrid.
Son especialmente valoradas por su realismo y por la sensación de perfección, sobre todo en comparación con la mayoría de las vistas contemporáneas similares, lo que lleva a preguntarse cómo se realizaron.
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Muy interesante el tema y, sobre todo, muy bien explicado e ilustrado.
Qué delicia encontrar este sitio. Me apasiona el tema!
Un aporte de «alto vuelo» al conocimiento de la sociedad en proceso de organización en un breve lapso de la historia.
Maravilloso artículo!
Muchas gracias :)
Muchas gracias por esta presentación de la publicación del domingo
¡Gracias a ti Ana!