Este artículo empieza con un spoiler de la serie Chernobyl, si no la has visto y tienes la intención, salta el siguiente párrafo.
“Un año. Una larga enfermedad, me han dicho. No me parece muy larga. Me lo advertiste; y te creí, pero no pensaba que esto me pasaría a mí”. Es una frase de la última conversación que mantienen los dos protagonistas de esta monumental serie, solo unos momentos antes del final del último episodio.
Chernóbil, Fukushima, Windscale, Three Mile Island… cuando hablamos de energía nuclear nos vienen, como mínimo, los dos primeros nombres a la cabeza. Solo nombrarlos hace que nuestro cuerpo se quede en tensión por la asociación directa con el peligro, tanto para el medio ambiente como para la vida humana. Solo con mencionarlos se nos revuelve algo por dentro.
La energía nuclear es protagonista de un arduo debate desde hace tiempo. Si bien es una de las más limpias, también es una de las más peligrosas. Un problema en una central nuclear puede desembocar en una auténtica catástrofe medioambiental, social y económica de proporciones difíciles de calcular. No solo en el presente, también en el futuro. No olvidemos que, según algunos historiadores, la decadencia de la mismísima Unión Soviética empezó en Chernóbil.
Aun así, los diversos accidentes en reactores nucleares no ha significado, ni mucho menos, su abandono o rechazo. Un vistazo a los países europeos nos da una visión general de lo amplio que es el mundo de la energía: nuclear, carbón, eólica, solar, hidráulica, gas natural, petróleo… Quizá, los dos casos más paradigmáticos sean los que se exponen a continuación.
La hegemonía de la energía nuclear en Francia
Francia es el único gran país europeo (por población) que saca buena nota en emisión de carbono a la atmósfera. Junto a él están Suecia, Eslovenia, Austria y otros con poblaciones (mucho) más reducidas. La huella de carbono de Francia es mucho más baja que la de otros países como Alemania o España. De hecho, el país galo produce tanta energía que la exporta a sus vecinos.
Es cierto que otros países, como Suecia, generan menos carbono aún, pero, como se ha indicado, su producción también es muy inferior.
Cómo consigue Francia estas cifras no es ningún secreto: el país cuenta con 58 reactores nucleares distribuidos por todo el país. El 77% del consumo del país depende de esta energía.
Aunque quiere disminuir su dependencia de la energía nuclear y fomentar otras, como, por ejemplo, las renovables (en las que está por detrás de otros países de su entorno, como, nuevamente, España o Alemania), participó en un manifiesto de defensa de la nuclear junto a otros países como Eslovenia, Eslovaquia o Chequia, que se envió a la Comisión Europea en marzo de este año.
Tanto es así, que Francia está alargando la vida útil de sus reactores más antiguos, proyectados para un rendimiento de 40 años. El presidente Macron ha dejado clara su postura de apoyo a la energía nuclear públicamente.
La doble cara de la energía en Alemania
Alemania ha hecho grandes esfuerzos por fomentar las energías renovables. Así, el sector ha crecido vertiginosamente y, desde el año 2000, se ha conseguido que la mitad de la energía que se produce sea gracias de este tipo. Aunque hay muchas formas de producción, la principal es la eólica: Alemania está llena de molinos de viento.
Esto, curiosamente, ha hecho que la popularidad de los molinos entre los habitantes del país haya caído en picado. Actualmente se imponen normas durísimas para instalar nuevas turbinas y, irónicamente, los motivos son ecológicos: son un problema para las aves, producen una enorme contaminación acústica… y estética: afean el paisaje. El año pasado solo se instalaron pocas decenas de molinos nuevos en el país, frente a los cientos de años anteriores.
La otra mitad de la energía alemana, aunque pueda sorprender, viene de una de las materias fósiles más contaminante: el carbón. De hecho, se considera que el gran proyecto verde que se impulsó en el país teutónico hace décadas ha sido un fracaso.
El bosque de Hambach: símbolo de la dependencia del carbón de Alemania
En Alemania convive ese ecologismo de las renovables con una gran dependencia del carbón. Esa dependencia la ejemplifica bien el bosque de Hambach, un símbolo de la doble vara de medir de la energía. Ubicado en el oeste de Alemania, junto a la frontera belga y a 30 kilómetros de la ciudad de Colonia.
El bosque tenía una antigüedad de 12.000 años. Era un tesoro natural, un foco de diversidad hasta que se convirtió en una mina de lignito que cada día emite unas 270.000 toneladas de dióxido de carbono, lo que la convierte en la mayor fuente de gases invernadero de toda Europa. Todo para extraer carbón.
El gobierno alemán está intentando eliminar esa dependencia energética que tiene del carbón. Actualmente, Alemania sigue siendo un país con unas grandes emisiones de CO2, tanto, que se teme que no cumpla con los requerimentos de la Unión Europea para, como mínimo, 2030. Es un rotundo traspiés de las bienintencionadas políticas de Angela Merkel.
La energía en España
La escena energética en España tiene una característica que destaca sobre todas las demás: déficit. Según cálculos del año 2017 (la situación no ha variado mucho) el país ibérico solo produce alrededor del 25% de la energía que consume. El 75% restante debe ser importado. Teniendo en cuenta que la energía es un sector clave, ya que el resto de la economía depende en gran medida de él, puede intuirse lo que esto representa para la economía del país en general.
De la energía que se consume en España, casi la mitad tiene su origen en el petróleo. La siguiente fuente más importante es el gas natural, que representa aproximadamente el 25%. Le siguen la energía nuclear y las renovables, con un peso de cerca del 10% cada una. Respecto a la energía nuclear, el país tiene siete reactores operativos que generan cada año entre 55 000 y 60 000 GWh.
Históricamente, España siempre ha tenido un gran déficit energético que ha lastrado su desarrollo económico. A pesar de ser uno de los países pioneros en la producción de energía nuclear, la escasez de recursos y la mala calidad (en general) del carbón encontrado en su suelo hacen que la importación sea necesaria. Además de esta importación , España ha apostado por las energías renovables, que actualmente tienen el problema de depender de los ciclos propios de la climatología (si no hay viento, no hay energía eólica, si no hay sol, no hay energía solar).
Mapa interactivo de la energía en el mundo
En la red encontramos este interesante mapa interactivo que nos da, de forma rápida, sencilla y amena, la información energética básica de algunos países y regiones del mundo.
Si pasamos el cursor por Francia, veremos que su huella de carbono es de 44 g, cifra parecida a la de Suecia, 45, o Georgia, 43. Los países que más destacan por su escasa huella son Islandia, con tan solo 28 g o Noruega, con una media de alrededor de 30 g (Noruega está divida en regiones).
Después del verde más intenso, el siguiente grupo de países son los que están en verde claro: Suiza, Austria o FInlandia, con unos 100 g. La siguiente clasificación es la de los países amarillos y marrón claro: España, Rumanía, el norte de Italia, Serbia o Eslovenia entre otros, con una huella entre los 150 y los 200 g.
Entre los países en marrón claro encontramos a Alemania, con una huella de carbono de 366 g. Moldavia, Estonia o Polonia son los países más contaminantes de Europa.
Un sorprendente 95% de la energía de Francia, como se puede observar en el pequeño menú que aparece cuando pasamos el cursor, es limpia o baja en emisiones. En Alemania, un 50%. Sin embargo, en el país galo solo el 30% de la energía es renovable, mientras que este porcentaje aumenta hasta el 36% en Alemania.
En la izquierda del mapa encontramos una pestaña que nos abre un menú desplegable, en el que se nos muestra más información sobre cada país.
La Unión Europea ha marcado un objetivo común para todos los países integrantes. Para el 2030 todos los países deberán haber reducido un 40% la emisión de gases de efecto invernadero, todos deberán alcanzar al menos un 32% de producción energética basada en las renovables y mejorar, al menos, un 32,5% su eficiencia energética.
Fuentes: