Terra napoleonis: cuando Napoleón «coqueteó» con Australia

Napoleón es un gigante de la Historia y referirnos a él es casi obligatorio para comprender y entender la Edad Contemporánea que, en cierta manera, con sus actos y hechos el pequeño corso inauguró. Como todas las grandes figuras de la Historia Napoleón reúne legiones de seguidores y detractores a partes iguales.

Es innegable la pasión por el poder que desarrolló el corso puesto que fue ascendiendo de cargos de una manera meteórica: General, Primer Cónsul y Emperador. Napoleón pretendió someter a Europa mediante su genio militar que se tradujo en varias guerras y multitud de batallas. Sin embargo los planes expansionistas de Napoleón no se redujeron al Viejo Continente. 

Napoleón como Primer Cónsul, por Antoine-Jean Gros (1802)

De todos es conocida la expedición que lideró Napoleón a Egipto en 1798-1799. Un proyecto geoestratégico que pretendía cortar la ruta de la India a los británicos. Pero además de militares también acompañaron al joven Napoleón una legión de sabios: matemáticos, dibujantes, ingenieros, etc.

Sin embargo es mucho menos conocida otra expedición también con mimbres exóticos y con intenciones tanto científicas como geoestratégicas. La expedición napoleónica, nada más y nada menos, a Australia, que lideró Nicolás Baudin (1754-1803). Las águilas de Napoleón también quisieron posarse en las Antípodas. 

Primera representación de Australia en un mapa (siglo XVI) 

A partir de 1492 se inició un proceso histórico de consecuencias gigantescas para el devenir de la Historia Universal. Continentes, hasta ahora obviados por el conocimiento geográfico, eran recorridos, explorados y cartografiados por una pléyade de navegantes provenientes de Europa. Los primeros en iniciar esta carrera fueron portugueses y españoles, amparados en las bulas papales que repartían el mundo descubierto y, lo más importante, por descubrir.

Sin embargo otros reinos europeos pronto exigieron su derecho a descubrir y posicionarse de nuevas tierras en contra del monopolio ibérico. El caso más paradigmático fue el encarnado por el rey de Francia, Francisco I (1494-1547) quien protestó de una forma curiosa. El monarca francés se preguntaba en qué parte del testamento de Adán figuraba la división del mundo entre las dos potencias, España y Portugal, según el Tratado de Tordesillas (1494). 

En una primera parte de este ciclo las energías se concentraron en América pero a raíz del descubrimiento del Océano Pacífico (la Mar del Sur) por parte de Núñez de Balboa en 1513 los horizontes se ampliaron. La mayor masa oceánica del planeta esperaba que los intrépidos navegantes occidentales lo surcasen.

La Terra Australis incógnita

Por eso junto al celebérrimo Descubrimiento de América habría que encadenar el del descubrimiento, también, de Oceanía. Es el reverso de esta Era de los Descubrimientos geográficos. Desde la Antigüedad hubo debates sobre la existencia de los diferentes continentes. Aparte de Eurasia y África poco más se conocía y plasmaba en los mapas de la época. Sin embargo siempre se especuló con un concepto; la existencia de una gran masa terrestre en el Hemisferio Sur del planeta: la Terra Australis Incógnita.

El razonamiento era más filosófico que real. Bajo esta advocación se creía en la existencia de un supuesto continente que, teóricamente, debía encontrarse en el Hemisferio Sur para equilibrar la masa de la Tierra. Identificamos a este continente misterioso con la actual Australia.

Increíblemente los vínculos franceses con el descubrimiento de la isla-continente de Australia son más antiguos de lo que pensamos. Nos tenemos que dirigir a la escuela cartográfica de Dieppe (Francia) para encontrar unos mapas cuyo contenido geográfico es revelador e incluso socavaría la visión tradicional de los viajes de descubrimientos geográficos.

El mapa del Delfín

Uno de los cartógrafos más relevantes de esta escuela fue Pierre Desceliers (1500-1558) quien en sus mapas ofrecía detalles precisos de las costas del Nuevo Mundo y, sorprendentemente, de un territorio que nadie conocía a ciencia cierta donde estaba pero que todos perseguían: Terra Australis Incógnita. 

Mapa del mundo terminado en 1550 por Pierre Desceliers, conocido como «el mapa del Delfín». Fue llamado así porque ser un regalo al entonces heredero del Trono de Francia. Pertenece a los célebres Mapas de Dieppe, que, frecuentemente se presenta como prueba de la teoría de que los portugueses descubrieron Australia en el siglo XVI. 

El llamado “Mapa del Delfín”, llamado así porque se elaboró durante el reinado de Francisco I de Francia para su hijo, el heredero de la Corona francesa (“Delfín”), el futuro Enrique II, parece anterior a 1536. Este mapa ha dado mucho juego a los investigadores ya que para muchos representa la primera visión del continente australiano por su forma pero lo realmente intrigante es quién fue su verdadero autor.

Hay que prestar atención a las inscripciones que hay en el mapa, es decir, en qué idioma están escritas. En un principio muchos estudiosos afirmaron sin rubor que las inscripciones del mapa estaban escritas en francés (o provenzal) pero un una observación más pausada nos indica que muchas inscripciones fueron copiadas de un original portugués o español.

Detalle del mapa del Delfín de Descelliers.

Analizando comprobamos que el cartógrafo francés procuró traducir, lo más exactamente posible, a su idioma pero el resultado no fue el más acertado y mueve a la confusión. Así, por ejemplo, “tierra anegada”, lo convirtió en “terre ennegade”; “costa blanca o branca”, en “coste brancq”; “cabo Hermoso o Fermoso”, en “cabo de Fremoso.”

Las costas representadas están jalonadas de topónimos en francés y portugués como “Illa”, “Terra alta”, “Río Bassa”, “Illa Fermoza”, “Illa Grossa”, etc Así pues la conclusión es rotunda: hubo algún tipo de conexión o trasvase de información entre los pilotos portugueses y los cartógrafos franceses. La Carta del Delfín se ha fechado, aproximadamente, en 1550, por tanto, los portugueses ya estaban bien asentados en las islas de la Especiería. 

Los franceses también exploran el Pacífico en el siglo XVIII

La acción exploratoria francesa se dirigió, en un principio, a las costas de América del Norte durante los siglos XVI y XVII. No será hasta el siglo XVIII, el siglo de la Ilustración, cuando un nuevo ciclo en la era de la exploración marítima cobre forma. La centuria se caracterizó por viajes de exploración eminentemente científicos para cubrir objetivos de saber y ciencia.

En este marco temporal podemos incluir los viajes del célebre capitán Cook, de Gran Bretaña, que pusieron en el mapa, definitivamente, a Australia y Nueva Zelanda y abrió el periodo de su colonización.

La expedición científica española de Malaspina

También hay que recordar a Alejandro Malaspina (1754-1810), quien al servicio de la Corona de España, navegó por todo el mundo para hacer balance de la salud de las posesiones españolas de Ultramar.

La expedición salió en 1789 y se prolongó hasta 1794 después de haber navegado, con las corbetas “Descubierta” y “Atrevida”, por las costas de las Américas, desde el sur de Argentina hasta Alaska, y por el Pacífico, tocando en las islas Marianas, Filipinas, Nueva Zelanda y Australia.

La expedición, desde el punto de vista científico, tuvo un valor ingente. Multitud de conocimientos e impresiones sobre Historia Natural, Cartografía, Hidrografía, Astronomía, Medicina, Etnografía, etcétera fueron recogidas durante los años de expedición. La mayor parte de los fondos recogidos se conservan en el Museo Naval de Madrid, el Real Observatorio de la Armada, el Real Jardín Botánico y el Museo Nacional de Ciencias Naturales. 

En la segunda mitad del siglo XVIII las rivalidades internacionales entre las tres grandes potencias del momento (España, Gran Bretaña y Francia) eran más fuertes que nunca. El Pacífico Sur cobró importancia como área aún por explorar y, sobre todo, libre de colonias y dominios europeos… por el momento.

La exploración de rescate al conde de La Pérouse

Los exploradores franceses, antes del cataclismo de la Revolución Francesa de 1789, emprendieron varios viajes de exploración. Así Marc-Joseph Marion du Fresne visitó la denominada Tierra de Van Diemen (actual Tasmania) en 1772.

El célebre conde de La Pérouse visitó Bahía Botánica (“Botany Bay” para los ingleses) en 1788. Bruni D‘Entrecasteaux (1737-1793), al frente de dos fragatas, partió en búsqueda de rastros fiables de la expedición perdida de su compatriota La Pérouse. El marino francés cartografió parte de las costas de Australia, Nueva Zelanda, Tonga y Nueva Caledonia. D’Entrecasteaux descubrió el canal que lleva su nombre, Esperance, en Australia Occidental, y los estuarios Derwent y Huon, en la isla de Tasmania. 

El canal D’Entrecasteaux reviste una importancia especial en el redescubrimiento de los mares y tierras australes. Este canal marino del mar de Tasmania, localizado al este de la isla, está limitado al este por la costa oriental de la isla Bruny y fue visitado por los franceses en 1792 quienes realizaron cuidadosas y esmeradas exploraciones que plasmaron en sus informes. El hidrógrafo Beautemps-Beaupré recopolió su trabajo en un “Atlas du Voyage de Bruny-D’Entrecasteaux” (1807) que contenía 39 cartas con especial detalle reflejaba las costas y litorales de la isla de Tasmania.

Esta expedición francesa buscaba al conde de La Pérouse y el sur de Nueva Holanda (Australia) podría ser un lugar probable donde hallarlo. La navegación no fue para nada idílica puesto que arreciaron las tormentas, los peligros que suponían los arrecifes y la escasez de agua.

El 4 de enero de 1793 D’Entrecasteaux decidió alejarse de la Gran Bahía Australiana y navegar, directamente, hacia la tierra de Van Diemen (Tasmania). Para algunos analistas si el marino francés hubiera persistido en quedarse en la zona australiana quizás hubiera puesto las bases de un futuro dominio francés en Australia. Así piensan teniendo en cuenta la posterior expedición de los británicos George Bass (1771-1803) y Matthew Flinders (1774-1814), quienes navegaron por las mismas aguas reconociendo sus costas. 

La autora francesa Muriel Proust de la Gironiére, autora de una completa obra sobre la navegación y viaje de Nicolás Baudien a Australia en 1800-1803, se hace eco de las implicaciones estratégicas y políticas de estos viajes científicos e ilustrados.

Había dos significados o dos objetivos, bastante entrelazados, para justificar, organizar y sufragar estos viajes a tan lejanas latitudes. Así, Murie se hace las siguientes preguntas sobre estos, aparentemente inocentes, viajes de exploración: “¿No tuvimos que reconocer primero el canal de d’Entrecasteaux a Terre e Diemen para ver si los ingleses se habían establecido allí? ¿No deberíamos tomar los estrechos norte y sur que conducen al Pacífico y a Port Jackson, donde los británicos han estado desarrollando su hermosa colonia desde 1788? Mi alusión no fue una, pero cayó en oídos de falsos ingenuos que pretenden creer que las naciones europeas están armando en estos tiempos de guerra expediciones de descubrimientos puramente científicos. Mi carta fue un error solo en esta colonia de cajeros con la vista actual decidida desde el regreso de Saint Allovarn en septiembre de 1772, que New Holland no les proporcionaría ninguna de las riquezas que egoístamente soñaban para la isla, en desprecio de los intereses de Francia.”

Comprobaremos que estos viajes francesas a las Antípodas fueron un mero ensayo de lo que pretendió la expedición de Nicolás Baudin y su patrocinador, el entonces Primer Cónsul de Francia: Napoleón Bonaparte. 

¿Explorar para conquistar? La expedición de Nicolás Baudin a Australia (1800-1803)

De todos en conocida la política expansionista de Napoleón en Europa. Ningún país europeo quedó indemne tras el paso de sus ejércitos. Desde la gélidas estepas rusas, pasando por los campos centroeuropeos, hasta los campos españoles.

Sin embargo los objetivos coloniales de Napoleón han pasado más desapercibidos. Quizás porque  no triunfaron de la misma manera que sus batallas en los escenarios europeos. Sin embargo el futuro Emperador de los franceses abriga proyectos geopolíticos de alance mundial y, quizás, la falta de medios, la coyuntura internacional y, también, por qué no decirlo la suerte, influyeron en su no desarrollo. 

Retrato de Nicolas Baudin (1754-1803). Por André-Joseph Mécou. Bibliothéque Nationale de France. París. Dominio Público. 

Luisiana: retroceso voluntario de la Francia napoleónica

A comienzos del siglo XIX, las posesiones ultramarinas de Francia estaban dispersas en todo el mundo pero no presentaban una gran continuidad territorial, con la excepción del enorme territorio de la Luisiana en América del Norte. Napoleón, quien tomó el poder en Francia tras el golpe del 18 de Brumario de 1799, aplastó la revuelta en Haití pero en Norteamérica retrocedió voluntariamente.

Para evitar futuros problemas y más que previsibles conflictos con unos jóvenes pero voraces Estados Unidos, Napoleón se deshizo de la Luisiana. Tras presionar a España que había administrado el territorio desde 1763, el Tratado de San Ildefonso (octubre de 1800) hizo que la Luisiana retornara a la soberanía francesa pero por poco tiempo.

El plenipotenciario estadounidense James Monroe fue enviado a Francia para negociar con Napoleón quien vendió el enorme territorio americano por ochenta millones de francos. Tras este desprendimiento Francia conservaba algunas dependencias en América (Guayana Francesa), África (Senegal), Indostán (Pondicherry y Charnergador) o en el Océano Índico (isla Mauricio y Reunión). 

Tras Egipto, Napoleón pone la vista en Australia

Napoléon ya vivió la expedición a Egipto, en 1798-99, que abrigaba el superior objetivo de alcanzar la India pero que, a pesar del indudable éxito científico y artístico, fue un fracaso en términos geoestratégicos. Los británicos habían ganado la partida por el momento. Había que buscar otro objetivo.  El corso puso sus ojos en los Mares Australes y en concreto Australia. 

Aunque la isla-continente se conocía desde las exploraciones y navegaciones de los ibéricos (portugueses y españoles) durante los siglos XVI-XVIII, en términos de colonización, fue Gran Bretaña la potencia que dio el primer paso. Tras los viajes de reconocimiento de James Cook en 1770, una flota británica arribó a las costas de Australia Occidental en 1788 inaugurando el poblamiento europeo permanente.

Sin embargo la colonización británica era frágil, vulnerable y reciente. Para el año 1800 los británicos estaban asentados, solamente, en porciones muy localizadas de la gigantesca Australia como la isla Norfolk y el área alrededor de Port Jackson. La población ascendía a unas 5.000 personas, los cuales la mitad eran soldados, funcionarios coloniales y personas libres. El resto eran convictos y presidiarios.

La futura gran orbe de Sidney, para el 1 de enero de 1801 solo contaba 5.100 almas, de los cuales 2492 eran convictos, el resto estaba conformado por mujeres, niños y hombres libres que no todos eran soldados. En definitiva el gobierno británico, embarcado en la guerra contra Napoleón en Europa, contaba con escasos medios para defender sus lejanas colonias australianas. 

La expedición exploradora de Nicolás Baudin

Nicolás Baudin (1754-1803) lideró una expedición exploradora a cargo de dos barcos, el “Géographe” y el “Naturaliste.”La expedición tuvo la aquiescencia de los principales centros científicos de Francia como la “Societé des observateurs de l’homme” y, lo más importante, el patrocinio y apoyo del poder político. El mismo Primer Cónsul Bonaparte recibió a Baudin, junto a miembros eminentes del Instituto Nacional de Ciencias y las Artes, el 25 de marzo de 1800. Según el naturalista Jean-Baptiste Bory de Saint-Vincent (1778-1846), quien abandonó la expedición en isla Mauricio, describió que “jamás expedición había sido compuesta mejor para el progreso de las ciencias.” 

La expedición partió del puerto de Le Havre el 19 de octubre de 1800 con un ambicioso objetivo: recorrer el mundo para comprenderlo mejor. Tras una escala en las islas Canarias y contornear el litoral africano hasta el Cabo de Buena Esperanza, los navíos franceses tomaron rumbo al Océano Índico.

Hasta el mes de mayo de 1801 no avistaron los expedicionarios franceses la costa australiana donde tomaron nota de las especies animales y vegetales que iban encontrando. Así Baudin y sus hombres fueron los primeros europeos que avistaron ejemplares de emú negro (Dromaius novaehollandiae minor), una subespecie del emú común endémica de la isla King, localizada entre el estrecho de Bass que separa Australia de Tasmania.

Ilustración de un emú negro (Dromaius peroni) basado en un especimen que se conserva en el Museo de Historia Natural de París (Francia). Dominio Público.

Nicolás Baudin se encontró con el navegante británico Matthew Flinders (1774-1814) en Encounter Bay (Australia del Sur),a unos 87 kilómetros al sur de la capital del estado de Adelaida. Baudin tuvo un triste final puesto que, tras enviar a “Le Naturaliste” a Francia con todas las especies recogidas y recolectadas, pereció en la isla de Francia (actual isla Mauricio), a causa de una tuberculosis, en su viaje de regreso a casa. 

“Terre Napoleón” en el mapa de Freyciniet (1811)

Pocos años después se publicó el Volumen II del Atlas a cargo, esta vez, de Louis Claude Desaulses de Freycinet (1779-1841). Destacan, entre la enorme producción científica generada, dos mapas en particular. Nos centraremos en primer lugar en el mapa de Freyciniet (1811) aparecido en el Volumen II del Atlas anteriormente citado. La particularidad es que nos encontramos ante el primer mapa completo del continente australiano. Todo el litoral aparece completo así como las ensenadas, golfos y bahías. Australia tan desconocida, de manera mítica, durante siglos, se descubría en toda su realidad ante el mundo. 

Lo que perdura de la intrépida expedición de Baudin son sus magníficos resultados científicos y naturales. François Peron (1775-1810), naturalista de la expedición, se encargó de publicar el relato y cartas del viaje que vieron la luz en el Volumen I de “Viaje de descubrimientos a las Tierras Australes” (1807).

Mapa de Freycinet (1811). Rupert Gerritsen (Trabajo propio).

Toda la nomenclatura del mapa es francesa pero hay que tener en cuenta que muchos de los accidentes geográficos y costas estaban exploradas por navegantes anteriores. Algunos accidentes geográficos conservaron su nombre original como el Estrecho de Torres, separación de Nueva Guinea de Australia, descubierto por los españoles en 1606, dentro de la expedición de Pedro Fernandéz de Quirós.

También perduran los nombres holandeses de “Tierra de Arnhem”, “Tierra de Wit” o la “Tierra de Carpentaria” en honor del administrador colonial holandés Pieter de Carpentier. Sin embargo de este mapa hay otra tierra con nombre propio que sorprende con mayúsculas. En el otro extremo de la isla-continente, en el Sur de Australia, hay una porción de tierra que está bautizada en el mapa con el nombre del hombre fuerte de Francia: “Terre Napoleón”. 

¿La Tierra de Napoleón? ¿Es circunstancial el nombre o abrigaba un proyecto expansionista de Francia en aquella lejana tierra australiana? Si analizamos el aspecto formal del mapa de Freycinet es ya una declaración de intenciones. El título del mapa es “Carta generale de la Nouvelle Hollande”, es decir, “mapa general de la Nueva Holanda”, que es como se conoció a Australia en general durante mucho tiempo.

Napoléon Bonaparte como Primer Cónsul de François Gérard (1803). Google Art Project.

Posteriormente al siglo XVII ya se empezó a establecer la diferencia entre la “Nueva Holanda”, la parte occidental de Australia, y la “Terra Australis”; la parte oriental de la isla. En el mapa de Emanuel Bowen (1744) se aprecia meridianamente clara la diferencia. Y el título inscrito aparece aferrado a las garras de un águila imperial. Todos sabemos el icono del trono imperial de Napoleón, el águila imperial. Además la misma pose del águila creo que no es inocente. No está erguida o flemática sino que la pose es agresiva, con los ojos llameantes como si quisiera mostrar su dominio y pretensión sobre la isla-continente de Australia. 

Carta génerale de la Terre Napoleon

Si no tuviéramos bastante evidencia visual añadiremos que se incorporó al trabajo final de la expedición un mapa, más concreto, de un territorio del sur de Australia. Un mapa detallado de la región alrededor de la actual ciudad de Adelaida, en Australia del Sur, publicado en 1811 por Louis de Freycinet.  Todo el sur de Australia, desde Wilson’s Promontory hasta Cape Adieu en Bight, de denominó “Terre Napoleon.”

En este sub-mapa del principal de Australia al completo, se tituló “Carta génerale de la Terre Napoleon” con una idealización del dios Mercurio con el lema “Orbis Australia dulces exuviae.” Las bellas ilustraciones que adornan el título son obra de Charles Alexandre Lesueur y se centran en representaciones de canguros y leones marinos.

Mapa de la «Terre Napoleon» en el Sur de Australia. Barry Lawrance Ruderman. Antique Maps Inc.

Este mapa se centra, con rigurosa exactitud, en describir y plasmar la isla Canguro (Ille Decres) y se extiende al Este hasta Portland (Sealers Cove) y el Parque Estatal Cape Nelson (Promontorie de Wilson), y al Oeste hasta el área del Parque Nacional Nullarbor. Casi la mayoría absoluta de nombres referentes a cabos, bahías, penínsulas, golfos, etcétera son nombres franceses. Pero lo particular es que aluden a franceses ilustres en diferentes ramos: militares, exploradores, filósofos, ministros, etc.

Así encontramos en el mapa de la “Terre Napoleon” el “Cap Richelieu”, el “Cap Montesquieu”, la “Baie Talleyrand”, la “Baie Descartes”, la “Baie Turenne” o la “B.Voltaire.” También localizamos hechos destacables de la era napoleónica como referencias a algunas de sus más brillantes batallas. La batalla de Marengo (1800) donde Napoleón derrotó, decisivamente, a los austríacos en 1800 (curiosamente el mismo año que partió la expedición de Baudin), da nombre a un cabo (“Cap Marengo”).

Detalle de la leyenda del mapa de la «Terre Napoleon» en el Sur de Australia.

El bautizar los descubrimientos geográficos con nombres propios o resonantes de la potencia descubridora no es nada extraño. No obstante las diferencias en países y épocas es notable. Por ejemplo, en los siglos XVI-XVII los aventurados navegantes españoles, tradicionalmente, solían bautizar las costas, islas o accidentes geográficos que encontraban con el nombre del Santo en cuyo día en el calendario se encontraba.

A partir de la Revolución Francesa de 1789, como tantos órdenes de la vida, el calendario también sufrió un cambio drástico. Ya no valían los nombres de santos o de raigambre religioso sino que los franceses tildaron con su propia nomenclatura todo el Sur de Australia. Hay que situarse en el contexto histórico del momento y cuando los dos volúmenes del Atlas de los descubrimientos de las tierras australes de la expedición Baudin se publicaron fueron los años de pleno apogeo del Imperio napoleónico en Europa (1807 y 1811). 

Para algunos autores como el historiador australiano Ernst Scott (1867-1939) la nomenclatura francesa en el mapa de Australia no es suficiente para afirmar la intención de afirmar la posesión. En un momento de máxima rivalidad internacional entre Gran Bretaña y Francia no es lunático pensar que hubouna intención francesa de colonizar y posicionarse de Australia. Con motivo propio o para perjudicar los intereses británicos pero no se puede explicar de otra manera la orden napoleónica de organizar la expedición de Baudin a Australia.

Pero demos un giro más a la tuerca. En la cúspide de su poder en Europa Napoleón pergeñó la estrategia continental de desplazar a los reyes gobernantes y sustituirlos por miembros de su propia familia. Napoleón, auto legitimado como emperador de Francia, deseaba crear una constelación de Reinos y Estados satélites, vasallos o aliados cuya única garantía de unidad era que sus reyes compartiesen el apellido Bonaparte.

En el mapa de la “Terre Napoleon” se plasma de manera diáfana como Napoleón utiliza los nombres de su familia para nombrar ciertos accidentes geográficos como si Australia perteneciese ya de hecho al Imperio de Napoleón. Así encontramos las islas Jerome (en referencia a su hermano Jerónimo), la Bahía Louis (en referencia a su hermano Luis) o, fuera del territorio de “Terre Napoleon” encontramos el Golfo de Joseph Bonaparte. El hermano mayor de Napoleón y futuro rey de España y las Indias, prestaba su nombre para nombrar una gran masa de agua frente a la costa del Territorio del Norte, Australia Occidental y parte del Mar de Timor. José Bonaparte aún no era rey de Nápoles (1806-1808) cuando acaeció la expedición Baudin pero sí cuando se publicaron los trabajos de la expedición. Curiosamente es el único nombre de la familia Bonaparte que sobrevive en la actualidad en los mapas de Australia.  

Conclusiones

Los viajes de exploración han tenido siempre dos vertientes. Una más altruista de descubrimiento geográfico a favor de la ciencia y la comprensión del mundo y otra más prosaica. Nos referimos a su aprovechamiento por parte del poder político para consolidar su dominio o soberanía en términos geoestratégicos.

Napoleón ordenó una expedición, en 1800, de tintes universales al mando de Nicolás Baudin para cartografiar las costas de Australia. Sin embargo, el Emperador de los franceses abrigaba otras intenciones más allá del saber explorador. Una serie de mapas aludían a una parte del Sur australiano como un dominio napoleónico más. 

Bibliografía

-SCOTT,Ernest. “Terre Napoleon. Una historia de exploraciones y proyectos franceses en Australia.” (2005). Proyect Gutenberg. (Edición original en 1910).

-PROUST DE LA GIRONIÉRE,Muriel. “Nicolás Baudin. Marino y Explorador en el milagro de Australia.” Gerfaut. París. (2002)

-D’ENTRECASTEAUX. “Carta de la Nouvelle Hollande et des Archipels situés au Nord et a l’est de cette”(1791).Biblioteca Virtual de Defensa. 

-COLLINGRIDGE,George. “The discovery of Australia: a critical, documentary and historic investigation concerning the priority of discovery in Australasia by Europeans before the arrival of Lieut. James Cook, in the “Endeavour”, in the year 1770. (1895)

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