Cartografía social: el mapa de la pobreza del Londres victoriano

Este artículo es un extracto del libro ‘Grandes mapas de la historia’, publicado en 2021 por la editorial Shackleton Books.

En 1902, un joven y arrojado Jack London recaló en Londres con la intención de investigar cómo era la pobreza en la capital del gran imperio de la época. Con este fin, el escritor de origen estadounidense fingió ser un vagabundo y se estableció en el East End, la región oriental de la ciudad, “enferma y desnutrida”, conocida tanto por ser el emblema de la miseria como por haber acogido el estremecedor escenario, cuatro años antes, de los perturbadores crímenes de Jack el Destripador. 

De esa experiencia inusual surgió el libro ‘La gente del abismo’, una crónica que narraba la vida de los habitantes en los superpoblados slums londinenses, en la que se recogen afirmaciones como esta: “En Londres, 300 000 familias viven en una única habitación, mientras que 900.000 ocupan ilegalmente espacios según lo establecido en la Ley de Salud Pública de 1891, unos espacios que se convierten en campos abonados para el consumo de bebidas alcohólicas. […] La imposibilidad de alcanzar la felicidad, la precariedad de sus vidas y el razonable miedo que sienten por el futuro, son motivos por los que acaban sumergiéndose en el alcohol. […] Para un desventurado, hombre o mujer, la supervivencia transcurre como una carrera contra la miseria y la meta es su muerte”. 

Mapa de la pobreza de Charles Booth.

Este crudo retrato pone en evidencia que, en la gran metrópolis londinense de la década de 1880, convivían los opuestos representados, por una parte, por la prosperidad y el liderazgo emprendedor característicos del West End y, por la otra, por la miseria y el vicio del East End. 

El empresario y armador de barcos Charles Booth (1830-1916) pertenecía al primero de esos mundos. Con la herencia que le habían legado sus padres, Booth había tenido la pericia de realizar prósperos negocios con las pieles y la industria naviera.

Ostentaba una cómoda situación económica, hecho que no le impidió desarrollar una intensa labor filantrópica basada más en el interés social y científico que en la piedad y las creencias religiosas. Leía mucho y de diversas fuentes. Entre sus escritos y cartas, se han hallado textos sobre teorías tan relevantes en la época como las de Charles Darwin o el positivismo.

A su vez, sus esporádicas incursiones en la política local lo pusieron en contacto con la pobreza en su ciudad y despertaron su sentido de la responsabilidad social.

Retrato de Charles Booth.

Tras casarse con Mary Macaulay, una mujer cultivada que también albergaba ideas sociales innovadoras en la época, Booth se adentró en un círculo de figuras notables, entre las que se encontraban Mary Webb u Octavia Hill, cuya labor se centraba en el estudio del impacto de la pobreza en las ciudades victorianas.

Fue en ese contexto cuando Booth tuvo acceso, en otoño del año 1885, al estudio del escritor y político Henry Mayers Hyndman (1842-1921) acerca de las diferentes condiciones sociales que convivían en la gran metrópoli y que concluía que hasta el 25 % de los habitantes de Londres sobrevivían en la más extrema pobreza. 

No cabe duda de que el dato era sobrecogedor y, para algunos, incluso sorprendente. El propio Hyndman recogió en su autobiografía el encuentro que mantuvo con Booth a principios del año 1886, en el que este le expresó su opinión acerca de dicha cuestión. 

Al parecer, el filántropo le manifestó su creencia de que esa cifra era desproporcionada, así como su voluntad de calcular científicamente el porcentaje real de londinenses que vivían bajo el umbral de la miseria.

El 17 de abril de 1886, Booth reunió por primera vez al equipo de colaboradores que le ayudaría a llevar a cabo su investigación, una duradera labor que se extendió hasta 1903 y que derivó en la publicación de los diecisiete volúmenes de Life and Labour of the People in London (‘Vida y ocupación de la gente en Londres’), cuyo tomo inicial incluyó en 1889 el primero de los mapas levantado por el equipo de Booth, el mismo que reproducimos en estas páginas. 

Mapa índice de las zonas de Londres en el mapa de la pobreza de Charles Booth.

Ese estudio demostró que el industrial naviero y filántropo social se había equivocado de pleno en su apreciación sobre el trabajo de Hyndman. Por desgracia, en el paso del siglo XIX al XX, la pobreza determinaba el día a día de más de un 30 % de los habitantes de Londres. 

La investigación de Booth

A pesar del título del mapa, la labor que Booth y su equipo llevaron a cabo entre 1886 y 1903 no se centró únicamente en el estudio de la pobreza, sino que tuvo como objetivo mostrar de manera gráfica las diferentes clases sociales que cohabitaban en los diversos distritos de la metrópolis. Para ello, el filántropo y su equipo de investigadores empezaron por el East End, y se personaron en cada una de las casas de ese distrito, acompañados de trabajadores sociales o de políticas.

A lo largo de la investigación, rellenaron cerca de 450 cuadernos con sus hallazgos, además de dibujar hasta 60 mapas pintados a mano con los códigos de color asignados a los diferentes grupos sociales.

Booth detalló sus objetivos y métodos en las páginas de Life and Labour: “En un inicio, intentó distribuir la población de Londres en grupos sociales según los grados de pobreza o confort en que vivían, e indicar las condiciones de vida de cada uno de estos grupos. Con este objetivo, cartografió las calles de la ciudad, otorgándoles un color a fin de que el conjunto ofreciera una impresión visual de que grupos habitaban en cada zona, cuáles eran sus hábitos y cómo vivían. Mi principal reto fue ceñirme a los hechos. No pretendía averiguar cómo habían alcanzado ese nivel social […]. Un aspecto que, sin duda, es muy interesante, pero que se escapa al objetivo de mi trabajo”. 

Del más próspero al más mísero, entre seis o siete colores —en función del mapa— distinguían los diferentes grupos sociales del trabajo de Booth. Inicialmente, el rojo fue el color asignado a la clase social más acomodada, si bien en las últimas ediciones de los mapas se añadió el dorado, un séptimo color, para indicar las residencias de las familias más prósperas. 

Al color del oro le seguía el rojo, para la clase media-alta; el rosa, para la clase media con un buen sueldo regular; el lila, para los barrios en los que convivían clase media y clase obrera; celeste para los pobres —considerando como tales a aquellas familias que ingresaban entre dieciocho y veintiún chelines a la semana—; azul marino para los muy pobres, “con necesidad crónica”; y negro para aquellas personas que vivían en la miseria más abyecta —Booth los tilda de “maleantes y semicriminales”—.

Aunque Charles Booth no era un socialista al uso, empatizó con la clase obrera y sus necesidades. Además, a medida que el filántropo fue comprendiendo la feroz lucha que los pobres londinenses debían mantener para sobrevivir, aumentó su temor a que la prolongación de sus deplorables condiciones de vida comportaran un estallido social. De ahí que, para iniciar su estudio, eligiera el East End de Londres, una zona superpoblada que ostentaba el triste mérito de poseer el mayor ratio de pobreza de la ciudad. 

En sus primeros meses de investigación, Booth y su equipo fueron rastreando la zona propiedad a propiedad, pero pronto concluyeron que ese método sería demasiado lento para cubrir un área tan grande. Así que, en 1887, el equipo de investigadores decidió pasar a abordar el estudio calle a calle.

Se trataba de una investigación innovadora, que aplicaba métodos cuantitativos —el recuento más que el muestreo— y cualitativos —la etnografía—, pues se visitaban las calles junto con los miembros del consejo escolar del distrito, buenos conocedores de las familias con niños. La información revelada se contrastaba después con la que constaba en los registros, con los relatos de los policías en los registros, con los relatos de los policías asignados a aquellas zonas, con los conocimientos de los miembros de los servicios sociales y con lo que averiguaba el propio investigador. 

Tras todo ese rastreo, el cartógrafo tenía información sobre la regularidad de los ingresos de cada unidad familiar, el estatus laboral de los cabezas de familia y el sector industrial en el que se empleaban (un aspecto importante, dado que algunas ocupaciones eran estacionales y, por tanto, reportaban ingresos de manera irregular). Ese resultado se plasmaba en notas y mapas mediante una meticulosa asignación de colores. 

Detalle del mapa de la pobreza de Londres de Charles Booth.

Estos reflejaban el nivel de vida de una calle, a menudo diferente del de la vía que tenía delante o de la de atrás. El primer mapa fruto del estudio de Booth vio la luz en 1889 y cubría el extenso East End de Londres, incluyendo Whitechapel, Stepney, Bethnal Green, Mile End y Limehouse. Bajo el título de Descriptive Map of London Poverty 1889, se trataba más de un mapa sobre las condiciones sociales que sobre la pobreza, pero su poder gráfico fue tal que conmovió a una parte de la población e interpeló, sin duda, a la clase política y a los líderes industriales. 

Con este trabajo, Booth popularizó el concepto de “umbral de la pobreza” —en el mapa se apreciaba que casi un tercio de la población del East End quedaba por debajo de esa línea—y empleó las conclusiones de este para argumentar la necesidad de llevar a cabo políticas tales como la asignación de pensiones para los ancianos pobres, en lo que él describía como un “socialismo limitado”, si se deseaba evitar una auténtica revolución socialista.

La visualización de la extensión de la pobreza en Londres que permitió el mapa de Booth tuvo otras repercusiones, sobre todo de ámbito urbanístico. De hecho, el camino que trazaba el paso del dorado de la prosperidad al negro de la inmundicia ten.a sus equivalentes en la morfología urbana: de la gran avenida al callejón sin salida. 

Las principales calles y plazas estaban habitadas por las clases más acomodadas, mientras que las callejuelas, los patios interiores y los callejones sin salida solían acoger a las clases más desfavorecidas. Sin lugar a dudas, existía una clara relación entre los niveles de accesibilidad de cada vía y los de pobreza.

Inmigrantes londinenses de finales del siglo XIX.

El propio Booth expresó a menudo su impresión de que las barreras físicas, como los trazados del ferrocarril y del metro, el puerto o incluso los abundantes callejones sin salida del distrito, acababan por aislar manzanas enteras de bloques, cuyos habitantes se acostumbraban a sobrevivir de espaldas a la ciudad.

Estos “lugares introspectivos”, como los denominó el historiador H. J. Dyos, resultaban idóneos para los criminales, pues les permitían controlar fácilmente las entradas y salidas de sus calles en caso de necesidad de huida. Sin embargo, no solo los criminales habitaban allí. De ahú que Booth y su equipo abogaran por la apertura de espacios saneados para el recreo y por la ampliación de las comunicaciones de las zonas más aisladas del distrito.

Mapas con discurso

Sin duda, el gran logro de Booth consistió en obtener un resultado muy visual y gráfico gracias al uso del color. En la década de 1850, los talleres de Alemania y Francia desarrollaron sistemas de impresión que permitían el empleo de hasta cuarenta tintas para generar colores separados. 

Booth imprimió sus mapas en la Stanford’s Geographical, un establecimiento profesional que disponía ya de las últimas técnicas en impresión de litografías. Inevitablemente, los mapas de Booth, a pesar de estar basados en métodos científicos exigentes, por los que, por ejemplo, se descartaron los muestreos estadísticos en favor del recuento, exhiben distorsiones generadas tanto por la ideología de sus creadores como por el contexto cultural. 

Así, de los ocho grupos sociales instaurados por Booth (A-H, que se identificaban con alguno de los 6-7 códigos de color), los cuatro m.s desfavorecidos (de la A a la D) sumaban más del 30 % de la población de Londres, de los cuales el 0,9 % (los incluidos en el grupo A) eran prescindibles, en opinión del filántropo, quien consideraba que “envilecen cuanto tocan y, como individuos, probablemente son incapaces de mejorar”. 

La clase B no salía mejor parada, pues se los consideraba vagos, maleantes, semicriminales y dados a la bebida, por lo que el filántropo opinaba que, de alguna manera, la sociedad londinense debía deshacerse de ellos (trasladarlos a colonias o campamentos fuera de la ciudad donde vivieran una especie de reeducación). Estas generalizaciones estereotipadas y llenas de prejuicios se trasladaron también a la elección de los colores asignados a cada clase en los mapas, pues estos distinguen claramente las áreas de la ciudad “oscuras” de las luminosas y cálidas.

Antes de 1888, en Londres se habían llevado a cabo diversas intervenciones urbanísticas planificadas para sanear algunos suburbios del East End. Sin embargo, su realización no fue sistemática y el resultado no fue el deseado. En el mejor de los casos, se abrieron algunas islas con beneficios concretos para los vecinos que quedaron allí, pero que comportaron el traslado de sus habitantes m.s desfavorecidos hacia las calles adyacentes, incrementando la sobrepoblación de la zona. 

Sin embargo, entre 1888 y 1890 tuvieron lugar dos acontecimientos que cambiaron el rumbo del distrito: la publicación de los mapas de Booth y los horripilantes crímenes de Jack el Destripador en el East End. La opinión pública exigió entonces actuar sobre la zona y acabar con lo que los periódicos más sensacionalistas definían como madrigueras de depravación e incivismo. En el mapa de Booth puede observarse que los tentáculos del kraken negro, como lo definió el arqueólogo J. H. Mackay en 1891, se extendían y rodeaban los muelles del Támesis. 

Dibujo publicado el 13 de octubre de 1888 en el periódico «Illustrated London News», y al que se tituló «Un personaje sospechoso» («A Suspicious Character»), en relación al caso de «Jack el Destripador».

Esa misma imagen de oscuridad era la transmitida en los relatos de los crímenes de Jack el Destripador. No obstante, ese tipo de relato contrastaba con el acento que ponían otros cronistas en las difíciles condiciones sociales de los inquilinos de estos distritos. Es el caso de la siguiente crónica de la reformadora social Henrietta Barnett, en su descripción de la demolición de una parte del Old Nichol District, considerado a finales del siglo XIX el peor suburbio de la metrópolis: “Ninguno de sus pasajes era transitable. En algunos, las casas tenían hasta tres pisos de altura y apenas seis pies de profundidad. Los lavabos no eran sino hoyos cavados en los bajos. También había callejuelas con casas más bajas, de madera y en ruinas, con un único grifo situado al final de las mismas que proporcionaba agua para todos sus habitantes. Cada habitación era el hogar de una familia al completo […] A menudo las ventanas rotas habían sido reparadas con papel de periódico y trapos, en otras viviendas las barandillas habían desaparecido, convertidas en leía, y en casi todas ellas los insectos campaban a sus anchas”.

En efecto, en el East End de aquella época no solo vivían criminales. Allí se alojaban aún algunos londinenses con trabajo. Se trataba de aquellas familias que habían logrado mantener el precio de su alquiler, al alza en la zona, por increíble que parezca, pues los propietarios habían descubierto que podían alquilar las casas por habitaciones y conseguir mayores beneficios.

Donde antes se alojaba una familia, ahora había cuatro o cinco. Esas familias eran en buena parte inmigrantes llegados de otras partes de Europa, sobre todo irlandeses, obligados a abandonar su país tras la gran hambruna de la década de 1840, y judíos procedentes de la Europa del Este. En general, a los primeros, con menor formación, les costaba más prosperar, mientras que los judíos lograron una cierta estabilidad en el distrito con sus talleres de sastrería, reparación de calzado, etcétera. Aun así, un estudio de 1887 publicado en Spectator afirmaba que un tercio de los judíos residentes en Londres recibía ayudas estatales, mientras que otro tercio sobrevivía en el límite de la pobreza.

Los mapas de Booth, a pesar de sus sesgos, permitieron abrir un debate sobre la pobreza más profundo y real que el que existía. A raíz de sus trabajos y del impacto de los crímenes mencionados, se generó una nueva legislación para mejorar las condiciones de vida de los londinenses del East End: The House of the Working Classes Act, de 1890, permitió a las autoridades locales la compra de terrenos para abrir nuevos espacios públicos y privados, mientras que The Public Health Amendment Act de 1891, implicó medidas gubernamentales como la construcción de nuevas fuentes de agua y de lavabos en la zona, así como el pavimentado de patios y calles. 

En actuaciones posteriores, se legisló la anchura mínima de las calles, se crearon espacios abiertos, se explicitó que las nuevas construcciones debían cumplir unas condiciones mínimas de luz y ventilación, se limitó el número de callejones sin salida, se prohibió el cierre particular de los accesos a las calles…

Tras todos estos cambios, en la última década del siglo XIX, Charles Booth decidió revisar su investigación. Así surgió la serie de doce mapas titulada Descriptive Map of London Poverty. En este caso, los miembros del equipo de investigación de Booth realizaron rutas y paseos, normalmente acompañados de la policía, tras los que describían los cambios acontecidos en cada calle y los plasmaban en nuevos documentos. 

Fuente: capítulo del libro de cartografía Grandes mapas de la historia’, publicado en 2021 por Shackelton Books.

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