Mi generación no tiene suerte. Después de pasar una de las peores crisis económicas que se han visto en el siglo actual y el anterior, la crisis financiera de 2008, ahora nos enfrentamos a un virus que está alimentándose de las vidas de unos y de los puestos de trabajo de otros. Su impacto es abrumador y podemos notarlo ya.
Pero hay algo que aún no podemos ver; quizá, tan solo, vislumbrarlo lejanamente: cuáles serán las consecuencias sociales, políticas y económicas de esta excepcional crisis.
Para poder entender qué tendremos que encarar, nada mejor que echar la vista atrás. La historia sirve, precisamente, para aprender de ella. También para no repetir los mismos errores que ya cometimos, si las personas fuéramos responsables y cautas (atributos de los que muy a menudo solemos carecer).
He comenzado diciendo que mi generación se ha visto frente a frente con una de las peores crisis económicas vistas en los siglos XX y XXI, pero, por supuesto, no fue la peor. Hablaré hoy de la peor crisis que ha sufrido el capitalismo en su historia, el gran error del sistema: el crac del 29.
La posguerra en Estados Unidos
En 1919, Estados Unidos se alzaba como una de las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial. Y no solo eso, sino que su modelo productivo y económico se mostraría, en poco tiempo, mucho más eficaz que los anticuados, cuando no destrozados, de la vieja Europa. En breve, el país se convertiría en la auténtica locomotora de la economía mundial.
La sociedad estadounidense no cabía en sí misma de optimismo y júbilo. Se comenzaban a electrificar las ciudades, los primeros electrodomésticos, con precios privativos hasta entonces, se convertían en artículos normales dentro de los hogares, Ford y Chrysler vendían automóviles a las clases medias y ricas de todo el país.
Nacía la sociedad de consumo, que necesitaba créditos y pagos fraccionados para llegar a todas las capas sociales y al máximo de consumidores posible. Compra ahora, paga después. Se expandía el placer otorgado por la compra, el inmediatismo, el vive el momento, el aquí y ahora.
Los estadounidenses comenzaron a vivir bien, a ganar una cantidad de dinero que les permitía una existencia de verdad holgada. Y cuando empezaron a vivir bien, se dieron cuenta de que era fácil vivir mejor aún.
La población empieza a invertir
Para costear la guerra, el gobierno había empezado a vender unos bonos. Los ciudadanos los compraban y, así, el erario público se llenaba con el dinero de los contribuyentes, que recibirían un interés sobre lo pagado.
Eran los bonos Libertad. Estos valores consiguieron, principalmente, que todo el mundo invirtiera. Gente que no tenía ni idea de economía solo tenía que comprar el periódico para ver cuánto había ganado.
Los banqueros vieron entonces una gran oportunidad de lucrarse: el público ya estaba preparado para comprar acciones. Se abrieron oficinas de corretaje por todo lo ancho de Estados Unidos para asesorar a esos nuevos especuladores.
Se tenía así la impresión de que las acciones, la bolsa, solo podía subir, nunca bajar. Y entonces empezó el principio de la catástrofe: la gente empezó a endeudarse para comprar acciones. Pedían créditos a los bancos para seguir comprando valores.
Esta demanda provocó una enorme subida de los precios de las acciones. En solo doce meses, algunas habían duplicado su valor. Se pedía prestado más dinero, se compraba más, subía los precios. Así durante varios años a finales de la década de los 20.
La élite de Wall Street
Pero en Wall Street había, por supuesto, gente que sí entendía de economía y de bolsa. Esta élite hablaba asiduamente con los presidentes del país y tenía una gran influencia en la política económica.
Así, consiguieron que varios presidentes se desentendieran de lo que pasaba en el mercado de valores. El estado, simplemente, les dejaba hacer. Estos expertos seguían una táctica sencilla: inyectaban grandes cantidades de dinero en unas acciones concretas, las compraban y después las vendían rápidamente.
Ellos se quedaron con todos los beneficios y las personas de clase media que invertían los ahorros de toda una vida, las pérdidas.
Algunos de estos sabios de Wall Street avisaron de que el comportamiento irresponsable y excesivamente especulativo podría traer una consecuencia negativa, incluso muy negativa, pero nadie les hizo caso.
Además, un par de presidentes, sobre todo Hoover, sentía que no se estaban haciendo las cosas como se debía, pero no se atrevió a llevar a término las regulaciones necesarias en el mercado.
En parte era una cuestión ideológica: eran hombres muy conservadores, muy liberales (en el sentido europeo de la palabra) y muy capitalistas. Pensaban que no debían intervenir en la economía.
En el verano de 1919, justo antes del crac, Joseph Kennedy, padre del famoso presidente, pronunció su famosa frase: “si el limpiabotas sabe del mercado de valores tanto como yo, tal vez es hora de que yo lo deje”.
El crac del 29: el estallido de la burbuja especulativa
El miércoles 23 de octubre, la bolsa se hundió. Nadie sabe de dónde pudo nacer esta falta de confianza repentina. Al día siguiente, el Jueves Negro, el mercado cae en picado.
Ese mismo día, algunos de los banqueros más importantes de Nueva York se reunieron para inyectar 250 millones de dólares en algunos valores clave e impedir, así, que se produjera un fatalidad.
Y funcionó: la bolsa comenzó a subir de nuevo.
Pero fue solo una ilusión. El lunes la bajada fue aún peor que el jueves, y el martes terminó de desplomarse. Las acciones no valían nada, las personas perdieron todos sus ahorros y dinero, por lo que no podían devolver los créditos a los bancos.
Los bancos se arruinaron, miles cerraron. El paro subió como la espuma, los salarios bajaron, la pobreza aumentó exponencialmente, los desahucios se sucedían, nacieron barrios enteros de chabolas.
Las empresas que habían prestado dinero, los bancos que habían prestado dinero, los corredores de bolsa que habían prestado dineros; todos se arruinaron. Hubo bancarrotas en masa.
La llegada de Roosevelt al poder
En 1932 ganó las elecciones el demócrata Franklin Delano Roosevelt, que impuso un férreo control a las inversiones y a las operaciones económicas. En su discurso de proclamación aseguró que “lo único a lo que tenemos que tenerle miedo es al miedo”.
También comenzó un proceso de investigación sobre los acontecimientos que rodeaban el crac. Se desmanteló entonces una red de corrupción enorme que salpicaba a muchos banqueros y hombres poderosos de Wall Street, que acabaron en la cárcel.
La Gran Depresión en Europa: el fascismo
EL crac del 29 fue la primera pieza de un efecto dominó que acabó en la Gran Depresión, crisis económica que duró hasta poco antes de la Segunda Guerra Mundial. No solo en Estados Unidos, sino en todo el planeta. Europa fue la zona más afectada después de Norteamérica.
La bonanza de los años 20 en el nuevo continente se debió, en parte, a Europa. Esta compraba casi todos sus productos allí, debido a la desolación que había dejado la Primera Guerra Mundial. Europa dejó de adquirir masivamente a su mayor socio cuando la mala praxis de la especulación se hizo evidente, pero ya era demasiado tarde.
La crisis económica cayó de lleno en una Europa que solo comenzaba a levantar la cabeza después de la devastación. La mala calidad de vida generalizada hizo que la población empezara a apoyar a líderes mesiánicos de grupos radicales, lo que luego se traduciría en el alzamiento y expansión por todo el continente del fascismo y el nacionalismo exacerbado.
Es posible entrever los paralelismos con la situación actual, con un aumento del nacionalismo excluyente y las posiciones ideológicas extremas. Mismas causas, misma restricción de posibilidades de vida digna, mismo fervor en líderes de poca monta.
Y no solo en Europa, también en el continente americano, desde el norte hasta el sur, el descontento le da el poder a líderes irreverentes que cosechan sus éxitos en la desesperación de unas clases media y baja empobrecidas que ven el futuro peor que el presente.
El ser humano no aprende que la avaricia no debería ser el motor de su vida.
Haciendo una comparación de estas realidades que ha vivido el hombre durante el siglo XX y ahora en el XXI, todas tienen un factor común; el amor al dinero y el poder a costa de lo que sea.Hoy vivimos esta pandemia que no sabemos cuando terminará ni las consecuencias económicas , sociales y políticas que dejará.
tienes razon