La desesperanza ante la crisis ambiental del planeta

Existe un discurso consciente de los límites ecológicos, que actúa desde desesperanza. Un discurso que considera a la especie humana como una amenaza para la naturaleza y plantea que es necesario un retroceso de la humanidad para asegurar la conservación ambiental.

Veamos tres ejemplos y una alternativa:

Chernóbil como paraíso natural

Considerar que Chernóbil es un paraíso natural, es uno de los planteamientos que afirman que la naturaleza llega a su apogeo cuando no hay humanos. Los parques involuntarios, como la Zona de Alienación de Chernóbil, son lugares abandonados donde otras especies han colonizado el espacio que dejamos.

Los parques involuntarios ocupan zonas donde se realizaron pruebas nucleares, áreas desmilitarizadas, ciudades abandonadas por la alta contaminación, tierras minadas… La renaturalización de estos lugares es una obviedad, pero tratarlos como escenarios idílicos no hace más que esconder la toxicidad, la radioactividad y la guerra que hay detrás de cada parque involuntario.

Considerar que para conservar la naturaleza deben darse condiciones invivibles para las personas, oculta el hecho de que esas condiciones no son selectivas, sino que afectan a la naturaleza en su conjunto, humanidad incluida.

El salto al espacio como forma de supervivencia

Ahora que comienzan a presentarse los límites planetarios a la acumulación de capital, hay quien plantea el salto al espacio como única forma de transición a largo plazo para la supervivencia de la humanidad.

La fantasía interestelar es el máximo exponente de la fe en la tecnología como solución a los problemas ecológicos. La carrera espacial actual está siendo protagonizada por compañías privadas, como Space X o Blue Origin.

Imagen de Marte desde el telescopio espacial Hubble
Imagen de Marte desde el telescopio espacial Hubble. Fuente: Wikipedia

Space X se fundó en 2002 y en 2017 cubrió más del 40% de la cuota de mercado global de lanzamientos espaciales, después de que la NASA externalizara este servicio. Esta empresa pretende establecer una colonia en Marte en menos de 20 años. El lema de Blue Origin es “Ir al espacio para beneficiar a La Tierra”.

Las empresas que actualmente lideran la carrera espacial apuestan sin pudor por un crecimiento económico que supere los límites planetarios. Estas empresas en cierto modo asumen que el crecimiento económico ilimitado en un planeta finito es insostenible. El marketing que desarrollan estas empresas presenta la trascendencia terrestre con orgullo, pero la supuesta heroicidad de la salvación multiplanetaria descansa en considerar a la tierra como un recurso que será agotado catastróficamente.

La población como problema

Hay un discurso que considera que el tamaño actual de población humana es la causa principal de los problemas medioambientales. Este discurso plantea que, dado que los recursos del planeta son limitados, es necesario que la población decrezca a niveles sostenibles. Pero anunciar que tiene que haber menos humanos en el planeta, defender cierto antinatalismo y en definitiva, acercarse a las propuestas del Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria tiene el riesgo de sembrar el terreno a la eco-necropoítica del futuro.

Cartograma de la población rural y urbana.
Cartograma de la población rural y urbana en el mundo.

Margen para el optimismo

El problema de todos estos discursos es que defienden la incompatibilidad de la existencia humana con la naturaleza. Esta desesperanza reivindica la contradicción entre la naturaleza y la humanidad, en lugar de reivindicar su interdependencia.

Estos discursos ensanchan la brecha entre la naturaleza y la especie humana en lugar de estrecharla. Defienden una naturaleza en la que ya no cabe la humanidad. Lejos de considerarnos parte de la naturaleza, nos consideran una agresión, un desorden, casi una enfermedad.

En lugar de apostar por una transformación de la sociedad para combatir la degradación ambiental, la desesperanza apuesta por la desaparición de la sociedad. Acepta que el estado actual es suficientemente malo como para considerar nuestro declive como una buena noticia y a la vez, niega que pueda haber un sistema mejor.

Nos da por perdidos como especie y se conforma con una sumisión sostenible que en ningún caso amplía los márgenes de lo posible. Se plantea la retirada de la humanidad como un acto de justicia redentora que permitiría a la Tierra regresar a su auténtica gloria.

La fantasía de un planeta despoblado

La fantasía última de la desesperanza es la de un planeta despoblado que en lugar de apostar por una transformación del sistema, desarrollar una verdadera ética ambiental y combatir el extractivismo, lucha por el ocaso de la especie humana.

Vista de la vegetación de la tierra desde el steétile Suomi de la NASA y la NOAA. Fuente.

Pero no hay nada de radical en la desesperanza, ni nada de transformador en el pesimismo. Creer que el impacto humano es irrefrenable, solo nos aleja de la realidad histórica, que es siempre contingente.

Es decir, la historia puede suceder de una manera u otra, no estamos determinados. Los acontecimientos no ocurren por necesidad. La desesperanza tiene más que ver con la ansiedad y la depresión que sufrimos hoy, que con el futuro que está por llegar.

El auge de estos discursos desesperanzados, está relacionado con el hecho de que los negacionistas, que aseguran que todo va bien, están perdiendo. La gran mayoría de las personas reconocen la existencia y la gravedad del cambio climático, pero muchas consideran que ya es demasiado tarde. En este sentido, ciertas narrativas del miedo puede que estén generando una parálisis consciente, igualmente peligrosa que la parálisis provocada por el negacionismo.

Mientras el neoliberalismo se apropia de la voluntad, la ambición y de la valentía a través del pensamiento positivo y el coaching motivacional, presentar la desesperanza como una actitud intelectualmente superior no parece muy buen negocio.

Aún no es tarde

Por ello, es importante llegar a mover a la acción sin tener un discurso demasiado duro como para provocar apatía. Necesitamos miedo y coraje en igual medida. Así, aunque hay que continuar contra el negacionismo, también hay que combatir la desesperanza. Lejos del optimismo cruel que confía: -¡Bah, todo irá bien!-, es importante saber que aún no es tarde.

El miedo nos paraliza cuando no sabemos hacia dónde correr, pero los elementos necesarios para avanzar en la construcción de un mundo mejor ya están aquí: El Green New Deal nos permite ser ecologistas sin tener que elegir entre el trabajo y la naturaleza; el decrecimiento reconoce el derecho a buscar una buena vida sencilla.

Sabemos que es imprescindible que la transformación ecológica sea justa y estamos viviendo el auge de las primeras movilizaciones globales contra la crisis climática. Frente al discurso negacionista que ignora la realidad y frente al discurso que asume que estamos sentenciados, existe una voluntad que lejos de ser ingenua, está informada y puede demostrar que es posible ganar, aunque la victoria no está predeterminada.

Por ello, es necesario comprometerse.

Sobre el autor

3 comentarios en “La desesperanza ante la crisis ambiental del planeta”

  1. Laura (Neuquén, Argentina)

    Esta desesperanza es llamada ecofobia a partir del término acuñado por Sobel (2014), que sostiene que el cambio es posible darlo a partir de la enseñanza en la naturaleza. Un niño que ama la naturaleza es capaz de ser una adulto que la respeta y defiende. Por el contrario, las personas que se educan con imágenes de desastres naturales y animales maltratados, desarrolla esta desesperanza que lo inmoviliza.
    Muy buen artículo.

  2. Debemos combatir el cambio climático y, concienciarnos de su existencia pero no debemos caer en la desesperanza del ocaso de nuestro planeta TIERRA.Tenemos que responsabilizarnos respetando, cuidando y, amando la madre naturaleza y, a sus animales.

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