El pintor Ignacio Zuloaga (Éibar, 1870-Madrid, 1945) es continuador de la obra de la escuela española encabezada por ilustres de la talla de Velázquez, El Greco, Ribera o Goya. Fue el pintor de la llamada “Generación del 98” porque representaba en sus obras el mismo espíritu literario y sentido crítico de sus intelectuales más destacados. Pintaba esa «España negra», aquel país acomplejado por su pérdida de relevancia y decadencia generalizada a finales del XIX.
Al pintor vasco se le enmarca por tanto en un estilo más tenebrista, que sigue la estela de Ribera y Goya, y en contraposición al estilo luminoso y optimista de su coetáneo Joaquín Sorolla, más voluptuoso y refinado. En los cuadros de Zuloaga la ausencia de luz con motivos expresivos es una constante.
Zuloaga es uno de los artistas que consiguió retratar la España que hoy llamamos vacía en un momento histórico. La España vacía o vaciada es esa que está entre el litoral y el centro, esa que se va despoblando y que este año ha salido a la calle a reivindicarse.
Es esa España a la que los políticos incapaces no atienden, enfrascados en otras peleas cortoplacistas y miopes. Y es esa España que guarda las esencias de muchas de las cosas que este país ha sido y sigue siendo. Ya a finales del XIX esa España quedaba magníficamente retratada en los paisajes de Zuloaga.
La «España negra» de Zuloaga
Zuloga utilizó su estilo tenebrista, especialmente con sus estancias en Segovia, cuando inicia su pintura de paisajes y de tipos castellanos retratando la «España negra».
En plena identificación con la Generación del 98, su pesimismo característico parece reflejarse en los paisajes de Zuloaga. El duro paisaje castellano se convertirá en la imagen emblemática de España.
Su visión del país muestra la decadencia de las ciudades y el deseo de la vuelta a la tierra, en busca de una autenticidad y una identidad nacional. Sus paisajes de las ciudades castellanas contienen una gran carga psicológica que implica una profunda identificación con el territorio.
Podríamos decir que Zuloaga recurrió a los pueblos y a los campesinos porque en los pequeños pueblos era donde mejor se conservaban las tradiciones, ya que en las ciudades, el desarrollo industrial, acababa con ellas.
La importancia del paisaje en la obra de Zuloaga
Los paisajes que en muchas de las obras de Zuloaga acompañan a las figuras fueron claves para incidir sobre un mismo relato simbólico, pero su creciente relevancia le llevó a concebirlos de forma independiente en más de medio centenar de piezas a partir de 1909.
En un primer momento, Zuloaga otorga un lugar secundario en el fondo de sus cuadros, pero poco a poco va ganando protagonismo. Es el caso del cuadro ‘Mis primas’, la composición permite apreciar la desolada y desnuda comarca, sin un solo árbol, por la que caminan jinetes aislados o grupos de personas.
Lo mismo ocurre con ‘El peregrino’ y con el paisaje de ‘Gregorio el botero’, donde Ávila con sus murallas es un simple telón sobre el que destaca la figura del enano monstruoso.
Lo cierto es que Zuloaga no fue un paisajista cualquiera. Aunque sus comienzos estuvieron impregnados por el impresionismo, su técnica fuertemente empastada, la estructura de sus planos, el dramatismo y el estudio de la luz, es fruto de una interpretación personal, llena de gran fuerza expresiva.
La inicial composición mediante horizontes bajos dio paso al protagonismo de emblemáticas edificaciones en poblaciones detenidas en el tiempo y a las amplias panorámicas de campos castellanos, navarros y riojanos.
Su procedimiento consistía en fotografiar los motivos del natural para reinterpretarlos posteriormente en su estudio durante las pausas que le permitían abstraerse de la agotadora ejecución de los retratos.
Zuloaga se interesó por el paisaje urbano, pero también por los detalles de las viejas casas agrietadas, que dejan entrever las heridas del tiempo. No deja tampoco de lado las edificaciones populares y las nobles fachadas de piedra labrada desgastadas y erosionadas que sufren el paso de los años y de la historia.
La estancia de Zuloaga en Segovia
En 1989 el pintor Ignacio Zuloaga llegó a la provincia de Segovia. Después de estudiar y exponer en París y Roma se queda impresionado por los paisajes de esta provincia castellana.
Se instala con su tío Daniel al frente de un taller cerámico. Su estancia en Segovia se prolongaría desde hasta 1908, en diferentes etapas. Sin duda una de los localidades que más llamó más su atención de esta provincia fue la villa de Sepúlveda.
Desde un mirador que ahora lleva su nombre pintó con su reconocible estilo naturalista varios de sus cuadros más famosos. Sepúlveda fue, sin duda, para Zuloaga, el pueblo que mejor expresa el carácter español, castellano, austero y adormecido en un rincón de la historia.
En su obra ‘Gregorio en Sepúlveda’ aparece representada Sepúlveda detrás de la figura. Pero aquí el paisaje ya no es un mero telón de fondo, sino que tiene la misma importancia que las figuras del primer plano.
Lo mismo ocurre con ‘Mujeres en Sepúlveda’, donde serán las propias figuras las que conducen la mirada al pueblo medieval, con retorcidos caminos y aglomeradas casas sobre un áspero paisaje de barrancos y colinas.
Una España vista desde el automóvil
Son estos paisajes muy representativos de una visión siglo XX, concretamente del paisaje visto desde un automóvil. Así, Zuloaga representa las dilatadas perspectivas que se descubren súbitamente al remontar un puerto o al desembocar tras la violenta curva de una hoz en un valle amplio.
Estas lejanías en las que el relieve de la comarca se ofrece inquieto y dramatizado por la súbita aparición, estos vastos panoramas presentados bruscamente por la velocidad pueden muy bien reconocerse en tales cuadros de Zuloaga.
Zuloaga recorría de punta a punta en su coche las tierras españolas y muy singularmente las regiones de Rioja y de Navarra, camino de Madrid o en las excursiones desde Zumaia, donde tuvo también residencia. De este modo, recibía «la impresión o la emoción», como él dijo siempre, de tales paisajes, en sus viajes por carretera. Los fotografiaba y archivaba en su mente para elaborarlos después con libertad notable en Zumaia o en París.
Abundan por tanto en la obra de Zuloaga ejemplos de esta clase de paisajes panorámicos tratados con la desenfadada técnica y la valiente concepción de su mejor arte.
Un ejemplo notable es el caso del romántico paisaje de la localidad burgalesa de Pancorbo, realizado en 1917. Tanto le interesó esta panorámica que volvería a utilizarla muchos años después como fondo de su cuadro El Ermitaño.
Zuloaga en Aragón
En Aragón, Zuloaga pintó el paisaje de Graus, en la Ribagorza oscense, ya que su hermana estaba casada con el farmacéutico del pueblo. Allí pintaría el Santuario de Nuestra Señora de la Peña, en una obra que hoy custodian fondos del Museo de Bellas Artes de Valencia.
Zuloaga recorre a fondo Aragón. Se enamora profundamente de la región. En 1921 escribe por carta a su gran amigo el compositor Manuel de Falla: «Llego de Albarracín, no hables a nadie de ello… aquello es lo más grande que hasta ahora he visto».
En ‘Cerros de Calatayud’ da a su pintura una sólida estructuración que recuerda a Cézanne y Van Gogh. Sorprende el vigor de la construcción del paisaje por planos, la sobriedad del dibujo y de la pincelada. En primer plano se encuentran los prados y los sembrados, después, las montañas, y sobre ellas, las nubes.
Zuloaga no fue profeta en su tierra
Nacido en Éibar, en el seno de una familia de armeros y artistas (sin ir más lejos su padre era un célebre damasquinador), parte de su formación y casi toda su vida transcurriría en Francia, primero con sus estudios en los jesuitas y después, tras instalarse en París en 1890.
Allí entraría en contacto con pintores impresionistas y post-impresionistas, como Tolousse Lautrec o Pierre Gaugin. También entablaría amistad con otros pintores españoles como Santiago Rusiñol.
Ignacio Zuloaga fue más bien denostado en España en vida. De hecho, tanto fue así que el Gobierno rechazó su obra ‘Víspera de la corrida’ para representar al país en la Exposición Universal de París de 1900 porque «perpetúa una imagen estereotipada y atrasada de España». El típico complejo español quiso echar por tierra a uno de nuestros genios pictóricos.
Afortunadamente, fuera de nuestras fronteras y liberados de nuestros complejos, Zuloaga fue justamente tratado. De hecho esa misma obra se expuso ese mismo año en Bruselas y fue comprada por el Gobierno belga.
Lo cierto es que Zuloaga tuvo un enorme éxito en Europa y frente a ello nunca expuso en España sino que en nuestro país siempre hubo un rechazo «oficialista» hacia él. Siempre fue víctima de un debate sobre la imagen de España. Describía una España que muchos querían dejar atrás.
*Fuente: para la elaboración de este artículo se ha utilizado este artículo ‘Los paisajes de Ignacio de Zuloaga’ de Enrique Lafuente Ferrari.
Excelente!!
gracias
Gonzalo gracias por toda esta información que me das .-hemos conocido muchos pintores pero con este.- llama la atención la pintura despojada y la claridad conque el pintor ZULOAGA pinta esos espacios .-sus pinturas me remiten a la Galicia de mi padre allá por el 1900.-
Muy interesante, Zuloaga capta extraordinariamente esa sensación de abandono, de decadencia, de soledad, de desolación, de envejecimiento, de despoblación, de vacío humano, en definitiva. Únicamente cambiaría el término que políticos y periodistas le han dado recientemente: España vaciada, por el que se ha utilizado siempre en Geografía Humana: España despoblada.
Excelente nota que revaloriza a un magnifico pintor y a vuestra España, esa de «tierra adentro», rica, bella y jugosa como pocas!!!
…y lo dice un argentino, arquitecto y pintor, que tuvo la suerte de poder volver a recorrerla y degustarla «en auto» no hace mucho, a lo largo (y ancho) de 25 maravillosos dias!!!!
Gracias!!!!
Quiero darle mil gracias por sus siempre magníficos, interesantes y bien documentados artículos.
Un buen homenaje a Zuloaga, muchas gracias