Los topónimos: el origen de los nombres de los sitios

Uno se enamoró en una plaza, estudió en una ciudad, se casó en el pueblo de sus orígenes, sus hijos nacerán allí donde viva, pasará las vacaciones en un determinado sitio, irá cuando se jubile a tal punto…

Los lugares que rodean nuestra vida siempre tienen un nombre. Como todo lo que existe, dirá alguno. Sí, efectivamente. Pero es que, además, detrás de esos nombres seguramente habrá una historia o al menos una explicación.

Nieve en Alcuneza, de Jaime Domínguez. Fuente.
Nieve en Alcuneza, de Jaime Domínguez. Fuente.

De esas explicaciones, las de los nombres propios de los lugares, los topónimos, Jairo García Sánchez es todo un experto.

Profesor de Filología Románica de la Universidad de Alcalá de Henares y experto en toponimia, García Sánchez, tiene una explicación a mano cuando se le pregunta por el momento en que se empezó a nombrar a los lugares que conocemos: desde el mismo momento en que apareció el lenguaje y hubo necesidad para hacerlo.

«Los nombres propios, los topónimos, no son palabras o expresiones ajenas a la lengua, sino que forman parte de ella, y los lugares, como otras parcelas de la realidad, requieren ser nombrados para ser identificados», explica

Si tiene que elegir topónimo, no se queda con ninguno: «me gustan todos, porque todos, de una manera o de otra, aportan datos de valor y tienen interés». Aunque no puede negar que «cuando se descubre el verdadero origen, aparentemente opaco, de alguno de ellos, da una gran satisfacción» y ese topónimo pasa a ser uno de sus favoritos.

En sus clases de Toponimia y Onomástica Hispánicas en la Universidad de Alcalá propone cada año entre los alumnos la elección del topónimo del año, el topónimo de la asignatura.

«Esa elección entre los alumnos es para mí una buena toma de contacto con lo que puede ‘evocar’ un topónimo entre los que se interesan por ellos, y suele coincidir con una buena síntesis de lo que un topónimo llega a representar, tanto por su interés lingüístico como por los aspectos que trascienden ese nivel».

El curso pasado el topónimo elegido fue Alcuneza, «nombre de una pedanía de Sigüenza, en Guadalajara, que, aparte de su sonoridad, muestra mediante su étimo árabe y su motivación (‘la iglesia (cristiana)’) el hibridismo cultural de nuestra historia», relata.

Sobre toponimia, una disciplina interdisciplinar, pero con gran relación con la geografía, tal y como explica el propio García Sánchez, charlamos con él en esta entrevista.

La toponimia es reflejo de la historia. ¿Historia rica es sinónimo de una toponimia más variada?

Es cierto que a través de los topónimos de un determinado territorio se pueden observar las distintas fases de su historia, pues la toponimia mantiene nombres de diversos orígenes llegados hasta hoy como testimonio de las etapas sucesivas de la historia de un país. A los nombres más antiguos, que se corresponden con los de los primitivos pobladores, se han ido superponiendo otros en función de las vicisitudes históricas, hasta llegar a constituir el conjunto contemporáneo de topónimos, que es, por tanto, el conglomerado resultante de la suma de esas capas o estratos toponímicos, reflejo a su vez de las etapas históricas y lingüísticas. Por tal motivo, la delimitación de esas capas, agrupando en ellas los topónimos, contribuye a un mejor conocimiento del pasado lingüístico, acorde con el histórico, del territorio cuya toponimia se observa o se estudia.

Desde ese punto de vista, se puede entender que una mayor diversidad de pueblos y lenguas favorecerá una mayor diversidad histórica y etimológica en los topónimos. No obstante, la variedad de los topónimos se puede medir también en función de otros varios criterios y no solo del histórico o histórico-lingüístico.

¿La toponimia española es más rica que la de otros países de nuestro entorno?

Todas las “toponimias”, entendidas cada una de ellas como el conjunto de los topónimos de un determinado territorio, ofrecen interés sea cual sea la historia que haya detrás. Todas nos hablan de la historia, de la geografía, de las lenguas, de las costumbres, de los tipos de asentamiento, de las características de esos lugares, y todas, por tanto, tienen cosas que decirnos.

¿La copia en las denominaciones es muy habitual en la toponimia de España?

Muchos términos genéricos se repiten en los topónimos, porque tienen su origen en nombres comunes o apelativos descriptivos frecuentes (monte, cerro, valle, villa, castillo, torre…). En esos casos la repetición no se debería a copias, sino a meras creaciones poligenéticas a partir de un genérico dado. Lo mismo sucede en el caso de topónimos que hoy no se ven como genéricos, pero que lo pudieron ser en su origen, como los varios Alcalá, a partir del árabe al-qal’at ‘el castillo’ (Alcalá de Henares, Alcalá de Ebro, Alcalá de Guadaíra, Alcalá de Gurrea, Alcalá del Júcar, Alcalá del Río, Alcalá de los Gazules, Alcalá la Real, etc.). Los complementos toponímicos permiten distinguirlos.

Castillo de Alcalá de Guadaíra
Castillo de Alcalá de Guadaíra. Fuente.

También hay repeticiones de términos específicos que responden a un patrón distinto. Podemos encontrar, por ejemplo, repeticiones de nombres debidas a trasvases de contingentes de poblaciones, que han querido recordar su origen mediante el nombre de la nueva localidad fundada, especialmente en la época de la reconquista cristiana y consiguiente repoblación: Palencia de Negrilla, Málaga del Fresno, Sevilla la Nueva, etc.

Junto a esta serie de topónimos, también se hallan otros que, mediante la aplicación de sufijos derivativos, como el diminutivo, se convierten en la alternativa a la composición con un determinante o con el adjetivo nuevo: Carmonita (derivado de Carmona), Cordobilla, Galizuela (derivado de Galicia), Gironella (derivado catalán de Girona), Malaguilla (junto a Málaga del Fresno; conviene tener en cuenta asimismo el manchego Malagón), Plasenzuela, Sevilleja, Segoyuela (< Segoviela, derivado de Segovia), Sorihuela (a partir de Soria), Valenzuela (de Valencia). No obstante, para todos estos casos sería más apropiado hablar de trasvases toponímicos que meramente de “copias”.

¿Cuál es la toponimia más diseminada por el mundo?

Es natural que aquellos pueblos que han tenido una historia expansiva y hayan extendido su dominio por otros territorios del mundo puedan haber dejado impronta de su paso en la toponimia. Sería el caso, por ejemplo, de los españoles, cuya huella toponímica se aprecia en toda América y también en otros lugares de zonas concretas de África y Asia, como Filipinas –cuyo mismo nombre recuerda a Felipe II–, donde se mantienen topónimos de origen español.

Iglesia de San Juan Bautista en Angat, Bulacan. Fuente.
Iglesia de San Juan Bautista en Angat, Bulacan, construida en la época de dominio español sobre Filipinas. Fuente.

No obstante, no se debe tomar al pie de la letra la idea de que hay “toponimias nacionales” que se diseminan por el mundo, si no se tiene claro que la toponimia de cada territorio es ya de por sí compleja y son varios los participantes que se han de considerar a su vez en ella. La misma toponimia española es producto de la expansión romana, que trajo consigo el latín, y de la musulmana, que trajo la lengua y toponimia árabes, además de otros varios “estratos” que igualmente habría que tener en cuenta. Solo así se explica que un topónimo como Guadalajara, de claro étimo árabe, aparezca en México. La superposición de lenguas y la necesaria adaptación de las formas de los topónimos de unas a otras, es lo que caracteriza, en realidad, la toponimia de los diferentes territorios.

Según su origen, ¿de dónde proviene mayoritariamente la toponimia española?

En la historia de la península ibérica se pueden señalar distintos hitos que han determinado la configuración de su toponimia. Seguramente el más importante lo haya constituido la llegada de los romanos desde el s. III a. C. en un territorio que habitaban diferentes pueblos, con sus respectivas lenguas (ibero, vasco, celta…), llamados precisamente “prerromanos” por ser anteriores a ese hecho. Los romanos trajeron el latín y no podemos obviar que las lenguas que hoy se hablan en la península –con la excepción del vasco– son todas continuadoras de ese latín. No ha de extrañarnos, por ello, que la toponimia española sea predominantemente de origen latino y románico.

La España prerromana
Ubicación de los diferentes pueblos de la España prerromana. Fuente.

Otro gran hito lo constituyó la expansión musulmana por la Península, que hizo aparecer –sobre todo en el sur y este de España– un importante número de topónimos de origen árabe y que a su vez dio lugar a la reconquista cristiana, con la consiguiente repoblación y creación de nuevos topónimos.

¿Qué opinión le merece el cambio de topónimos realizado en los últimos años en numerosos lugares de España?

Soy un observador de la realidad y analizo por qué se producen esos cambios, pero no es mi intención valorarlos.

¿Por qué se cambia de topónimo?, ¿es una cuestión política?

Son muchas las razones que puede haber detrás de un cambio de nombre y desde luego también convendría considerarlas desde una perspectiva histórica, puesto que las retoponimizaciones, que así solemos denominar a estos cambios, se han producido desde antiguo y a lo largo de los tiempos.

Los topónimos, pese a su aparente inmovilismo, están sujetos a modificaciones y alteraciones de manera continua. Muchos son sustituidos por otros y, en ocasiones, se reformulan o se renuevan. La sucesión de estratos y lenguas en un determinado territorio provoca alteraciones en su toponimia. Los cambios pueden ir desde una adaptación o una mayor evolución fonética hasta la sustitución de un nombre antiguo por otro acorde con la nueva lengua vigente; el deseo de encontrarle sentido al topónimo puede llevar a sustituirlo o a recrearlo.

A veces se han recuperado nombres antiguos por la supuesta identificación de su ubicación. Así ha sucedido con Sagunto, que hasta el s. XIX se había denominado Murviedro (< lat. muru veteru ‘muro viejo’ –en referencia a los restos del antiguo núcleo fortificado–). Más curiosa es la recuperación del topónimo Titulcia, también prerromano, que hoy da nombre a la población madrileña antes llamada Bayona de Tajuña. La iniciativa del marqués de Torrehermosa, a principios del s. XIX, propició la retoponimización, pero la supuesta identificación geográfica de ambos topónimos no es correcta.

Algunas poblaciones reemplazaron su nombre por decisiones de reyes, como Velada, antiguo Atalayuelas de Guadierva, que cambió su denominación por mandato del rey Alfonso X el Sabio, quizás para favorecer su repoblación. Otras veces la sustitución estuvo motivada por intereses señoriales o concesiones reales a algún señor: Mombeltrán debe su nombre a un privilegio otorgado por Enrique IV a don Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque. Arabayona de Mógica en Salamanca era antes Hornillos, pero en 1655 Felipe IV le concedió su señorío a don Rodrigo de Mújica y este cambió el topónimo por el de Arabayona, en recuerdo de su lugar natal en Álava (Aramayona).

Villacarrillo se llama así por la mediación del arzobispo Alonso Carrillo para que la aldea de Chozas de Mingo Prieto, su anterior nombre, recibiera el título de villa y se independizara de Iznatoraf; Juan II de Castilla se lo concedió en 1450. El mismo rey Juan II fue quien concedió a la actual Ciudad Real el título de ciudad en 1420, lo que supuso la sustitución del nombre que tenía desde su fundación por parte de Alfonso X, Villa Real. Por su parte, Villamanrique, también en la provincia ciudadrrealeña, debe su nombre a don Rodrigo Manrique, quien en 1474 concedió al lugar el privilegio de villa y sustituyó el topónimo anterior, Belmonte de la Sierra, por el actual.

Por otro lado, un topónimo de apariencia o fonética malsonante puede provocar cierto malestar o rechazo entre los miembros de la comunidad que designa, quienes, al considerarse afectados por lo supuestamente desagradable del nombre, a veces promueven su sustitución por otro de aspecto neutro o, ya puestos en faena, de claro cariz meliorativo. Resulta fácil comprobar que este fenómeno es bastante frecuente y cómo algunos topónimos actuales esconden tras de sí denominaciones anteriores un tanto comprometedoras.

El actual Flores de Ávila, de tan preciosista nombre, fue hasta el siglo XV Vellacos –nombre de origen antroponímico– y Florida de Liébana, en Salamanca, se llamó hasta 1548 Muelas; ya estos dos topónimos son claro índice de lo que decimos. La hermosura floral se deja notar asimismo en Miraflores de la Sierra, que hasta 1627 tenía una denominación mucho menos agradable al oído… y al olfato: se llamaba Porquerizas. En esa misma línea, el salmantino Pocilgas fue sustituido por Buenavista. Por su lado, la localidad de Valderrubio, en Granada, fue hasta 1941 Asquerosa, mientras, en 1955, la antigua Escarabajosa cambió su nombre por Santa María del Tiétar.

Es conocido, por reciente y por otro tipo de connotaciones, el caso del topónimo burgalés Castrillo Matajudíos, cuyos habitantes han decidido en referéndum modificar ese nombre por el de Castrillo Mota de Judíos.

Por otro lado, si hablamos de cambios como los producidos en 2011 en los nombres oficiales de las provincias vascas, que desde entonces han pasado a ser Gipuzkoa, Bizkaia y Araba/Álava, hay que tener en cuenta que, en principio, solo se trata de la instauración del endónimo vasco como nombre oficial. Eso no quiere decir que los nombres en su versión castellana, Guipúzcoa y Vizcaya, se tengan que dejar de usar cuando se habla o se escribe en castellano. Al contrario, eso es lo apropiado, como de hecho lo era, antes de producirse el cambio en el nombre oficial, que los topónimos en su versión vasca se emplearan en vasco. Esto mismo, lógicamente, vale para los demás endotopónimos y exotopónimos españoles y las demás lenguas (Lleida –oficial– y Lérida –en castellano–; Girona –oficial–, Gerona –en castellano– y Xirona –en gallego–; A Coruña –oficial–, La Coruña –en castellano–, Coruña –en vasco–, y La Corunya –en catalán–; Ourense –oficial– y Orense –en castellano–).

¿Cuáles son los topónimos más frecuentes? 

No hace mucho se difundió la información de que los topónimos más frecuentes en España eran gallegos, en concreto, A Igrexa, seguido por O Outeiro, O Castro, Vilar, A Torre… Eso se debe a que en Galicia, por su distribución territorial y administrativa, es donde hay y se han recogido más topónimos y a que estos se pueden repetir sin que necesiten mayor especificación, pues su ámbito de uso es muy reducido, circunscrito a su pequeño territorio.

Si no restringimos la búsqueda a la repetición exacta de la forma de los topónimos, observaremos que hay términos genéricos muy frecuentes en toponimia –incluyendo la de poblaciones–, como los motivados por accidentes del terreno, que, por ese hecho, al tener referencias orográficas, se han denominado topónimos primarios. Podrían servirnos de ejemplo algunos de los mencionados antes (monte, cerro, valle…).

¿Es partidario de decidir la toponimia de un lugar por referéndum?

Si uno se refiere a topónimos como el mencionado Castrillo Matajudíos, es una posibilidad perfectamente válida, teniendo en cuenta que en ese caso el referéndum ha sido solo el comienzo del proceso. Los cambios de nombre están regulados en España y siguen un recorrido determinado, dependiendo del tipo de entidad a que haga referencia el topónimo y del organismo, institución o administración que tenga competencias sobre los topónimos. Así, por ejemplo, las modificaciones de los nombres de las provincias y de las comunidades autónomas, propuestos por estas últimas, deben ser aprobadas en última instancia por las Cortes Generales Españolas.

Las comunidades autónomas, a su vez, tienen capacidad para establecer y modificar los nombres de los elementos geográficos de titularidad y gestión propia, y varias de ellas tienen en la actualidad competencias establecidas sobre la normalización de la llamada toponimia menor (sierras, picos, parajes, ríos, fuentes, etc.). En esas comunidades autónomas suele haber una comisión de toponimia o un órgano consultor que regula, toma en consideración y acuerda las posibles decisiones.

El Registro de Entidades Locales recoge los nombres oficiales, aprobados por las respectivas comunidades autónomas, de todas las entidades locales básicas de España y sus capitales.

¿Cuál es la principal dificultad para dar con el origen de un topónimo? 

Aparte de la antigüedad y de la opacidad que un determinado topónimo pueda tener, una de las principales dificultades con que nos enfrentamos a la hora de tratar de dilucidar el origen de un topónimo es la homonimia y la paronimia. La convergencia o proximidad fonética entre un topónimo y otra palabra, vigente o no como apelativo en la lengua actual, puede conducir fácilmente a su asociación y llevar a la confusión, algo que también se puede vincular al fenómeno conocido como etimología popular.

¿Cuáles son las dificultades a las que se enfrenta la toponimia española?

Una de ellas es su normalización allí donde no se ha acometido todavía. La normalización supone la recuperación y regularización de los nombres de lugar, y la adopción de una forma apropiada y adecuada para cada topónimo cuando presenta variantes.

Existe toda una toponimia menor, hoy sobre todo en la zona castellanohablante, que requiere una normalización urgente para que no se pierdan muchos de los nombres de lugar que solo algunos pocos usuarios conocen. La normalización de estos nombres puede ser compleja, pues con frecuencia hay que partir de variantes no escritas, exclusivamente orales, y resulta complicado decidirse por la forma que ha de tomarse como normalizada. En otras ocasiones, se parte de variantes escritas deturpadas al haber sido recogidas erróneamente y haberse plasmado de manera incorrecta en los mapas.

La toponimia, como campo de estudio y como disciplina lingüística, ha experimentado un notabilísimo crecimiento en el ámbito hispánico en los últimos decenios, pero no todas las regiones españolas han recibido un tratamiento y una dedicación parejos en ese periodo de tiempo, por lo que, en materia toponímica, existe una importante descompensación entre algunas de ellas. El estado de la cuestión sobre la toponimia española al comienzo del s. XXI, en cada una de sus regiones, aparece bien descrito en el libro Toponimia de España. Estado actual y perspectivas de la investigación. Ciertos factores han condicionado o favorecido el interés por la toponimia de cada territorio, y uno de los más decisivos ha sido la normalización lingüística de las comunidades autónomas con lengua propia distinta del castellano.

La toponimia del centro de España es seguramente por ese motivo una de las menos trabajadas, y por eso requiere, de manera cada vez más acuciante, una recopilación y un estudio a fondo que permitan preservar muchos de los nombres de lugar que la componen y obtener datos fiables y de gran valor e interés sobre su origen y motivación, con proyección en los múltiples y diversos ámbitos que atañen a la Onomástica.

¿Podría destacar algún caso curioso de cambio de topónimo? 

Hay muchos ejemplos de retoponimizaciones; algunos más o menos curiosos los hemos mencionado ya. Uno interesante, motivado por la homonimia y el tabú de orden ideológico, es, por ejemplo, el que ha convertido la población toledana de Azaña en Numancia de la Sagra.

El cambio de nombre se produjo durante la Guerra Civil al pasar la villa a poder del bando nacional y coincidir el topónimo Azaña, de etimología árabe, con el apellido del entonces presidente de la República. La aparente referencia a Manuel Azaña motivó el cambio de nombre y la nueva denominación, Numancia de la Sagra, de tintes épicos, se debió a que fue el regimiento Numancia el que tomó la villa el 18 de octubre de 1936. Ese regimiento habría tomado el nombre a su vez del conocido topónimo prerromano de la ciudad arévaca que resistió heroicamente el asedio de los romanos, Numancia (< Numantia). Para no confundirlas, la toledana lleva como complemento toponímico el nombre de la comarca en la que se encuentra.

Es evidente que el topónimo Azaña no se debía al nombre del presidente de la República, aunque lo evocara, pero sí es bastante probable, cambiando la perspectiva, que el apellido procediera en último término del topónimo, por lo que la homonimia se puede explicar perfectamente por ese hecho. Los apellidos de origen toponímico son muy frecuentes, y no son nada extraños los que proceden de poblaciones toledanas (el propio Toledo, Ocaña, Maqueda, Chueca, Nombela, Pantoja…).

¿Podría destacar algún topónimo especialmente llamativo?

Recientemente se han dado informaciones sobre topónimos curiosos en los que en muchos casos la homonimia con algunos apelativos de la lengua es la responsable de que llamen tanto la atención. Hay muchos más, pero esos pueden ser ya representativos: Cenicero, Guarromán, Villapene, La Colilla, Peleas, Peligros, Adiós

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¿Hay topónimos indescifrables?

Los topónimos que hoy nos parecen indescifrables pueden dejar de serlo en el futuro. Así ha sucedido en el pasado con muchos de los que apenas se sabía nada y hoy, en cambio, tienen un étimo o un origen conocido, o, cuando menos, hipótesis explicativas bastante probables. No obstante, sigue habiendo, claro está, topónimos indescifrados, algunos de ellos correspondientes a lugares o territorios importantes, y entre ellos ha de incluirse el de la misma España, para el que, hoy por hoy, más allá de la forma Hispania, todo es conjetura.

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3 comentarios en “Los topónimos: el origen de los nombres de los sitios”

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