Finisterre: el camino hacia el fin de la tierra

Después de cuarenta y dos días de caminata desde que partimos de Roncesvalles, ya no podíamos dar un paso más sin caer por el precipicio hasta el mar. Hacía una semana desde que llegamos a Santiago, donde nos separamos de nuestro fiel asno Maxari.

Javier y Mikel junto a Maxari, camino de Santiago.
Javier y Mikel junto a Maxari, camino de Santiago.

Habíamos seguido la antigua ruta que marcaba con sus rayos el ciclo solar y ahí estábamos, justo en el fin. No era un tópico. Literalmente, para nosotros, tras una época de nuestras vidas irrepetible, tras una aventura que nos llevó a cruzar media España a pie, como lo llevan haciendo miles de peregrinos desde hace cientos de años, el abismo que se abría a nuestros pies era el fin de muchas cosas.

Más allá, nuestros ojos solo abarcaban el gran océano Atlántico, aquel día de marzo sorprendentemente manso y azul. El sol, naranja y blando, poco a poco caía al otro lado del horizonte, perdiéndose entre las olas y sumiéndonos en la oscuridad. Sin duda, si hubiéramos sido romanos, también nosotros habríamos llamado a ese lugar Finis Terrae. El fin de la tierra.

Atardecer en Finisterre. Fuente.
Atardecer en Finisterre. Fuente.

El cabo de Finisterre es un lugar mágico. No es para menos, durante siglos, su singularidad geográfica dotó al cabo de un halo religioso, esotérico y misterioso. Fue utilizado desde tiempos remotos por los druidas paganos para adorar al sol, cuya desaparición más allá del océano horrorizaba a los romanos que se asomaban a contemplarla. Más tarde la Iglesia Católica establecería allí el punto final de la ruta jacobea.

Siempre se creyó que más allá de ese punto no había tierra. Por supuesto, el descubrimiento de América demostró que no era así, sin embargo, pervivió la creencia de que Finisterre era el lugar más occidental de la Europa continental, que en ningún lugar del continente se podía estar más al Oeste.

Esto no es así. Gracias al avance de la georreferenciación se demostró con el tiempo que el punto más occidental se encuentra en la península Ibérica, pero no en España, sino en Portugal. Situado en las coordenadas 42° 54′ 31″ N, 9° 15′ 46″ W, Finisterre es más oriental que el cabo da Roca, ubicado en el término municipal de Sintra, distrito de Lisboa. Si la península Ibérica fuese una cara, el cabo da Roca estaría en la punta de la nariz, y sus coordenadas son 38º 46′ 51″ N, 9º 30′ 2″ W. Los romanos llamaron a este lugar Promontorium Magnum, sin saber que era este en realidad el “fin de la tierra”, o –por lo menos- de toda Eurasia.

Cabo da Roca, en las proximidades de Sintra (Portugal). Fuente.
Cabo da Roca, en las proximidades de Sintra (Portugal). Fuente.

Sea como fuere, es Finisterre, y no el cabo da Roca, el lugar que más merece su nombre. Es “el fin”. El fin de un camino, marca el final de un día y ha sido tristemente en varias ocasiones el final de muchas vidas. Frente a las rocas donde se levanta el faro, construido en 1853, hubo naufragios (no olvidemos que hacia el Norte se abre la costa de la Muerte) y no pocas batallas navales. Una de las más destacadas fue la que libraron el 22 de julio de 1805 las aliadas flotas francesa y española contra la británica. La batalla se saldó con la derrota del combinado franco-español, y la misma historia se repetiría apenas tres meses después frente a otro cabo español, muy distante de Finisterre, llamado Trafalgar.

Magia, historia, religión, muerte y paisajes inolvidables. Y marisco. Eso es Finisterre, como hemos dicho, un lugar al que merece la pena acercarse aunque sólo sea para mirar en silencio las olas rompiendo contra las rocas y sentir al sol muriendo en lontananza. Un lugar donde uno diría que deja atrás todo aquello con lo que no quiere cargar, donde todo parece terminar… Como en la canción de The Doors, “this is the end”.

Fin.

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